En Bodrum la costa turca se vuelve turquesa. El Egeo es el protagonista absoluto de este enclave, con unas aguas tan claras que permiten otear el fondo marino a varios metros de profundidad con cada brazada. Por la mañana, su superficie se convierte en un perfecto espejo líquido que invita a hacerlo trizas saltando desde el embarcadero. En esta costa también hay playas, pero la forma más local de disfrutarlas es desde las rocas, los embarcaderos y los atractivos beach clubs de madera de hoteles y restaurantes que te permiten zambullirte y regresar a la tumbona sin un grano de arena entre los dedos.
Entre aguas cristalinas, ruinas licias y fiestas, este destino se reinventa cada verano. Al icónico hotel Maçakızı se han sumado, por ejemplo, los ‘beachs clubs’ de Louis Vuitton y Soho House. Este es un destino que no se visita, se vive
En Bodrum la costa turca se vuelve turquesa. El Egeo es el protagonista absoluto de este enclave, con unas aguas tan claras que permiten otear el fondo marino a varios metros de profundidad con cada brazada. Por la mañana, su superficie se convierte en un perfecto espejo líquido que invita a hacerlo trizas saltando desde el embarcadero. En esta costa también hay playas, pero la forma más local de disfrutarlas es desde las rocas, los embarcaderos y los atractivos beach clubs de madera de hoteles y restaurantes que te permiten zambullirte y regresar a la tumbona sin un grano de arena entre los dedos.
Bodrum es un clásico que se reinventa con el tiempo para seguir siendo el refugio mediterráneo de los sibaritas. El adjetivo clásico viene al pelo, porque el mismísimo Homero lo definió como el paraíso azul y la pareja más hot de la Antigüedad, Marco Antonio y Cleopatra, disfrutaron de la isla que, se cuenta, le regaló el general romano a la faraona egipcia. No hay que retroceder tanto para rastrear el pedigrí de este lugar. Mick Jagger, la princesa Margarita, Michael Caine, Chuck Berry o Sting lo convirtieron en el hot spot de la juerga. En 1977, Ayla Emiroğlu abrió un coqueto bed and breakfast a la orilla del mar que sería la semilla del hotel Maçakızı, el alma viva entonces y ahora de Bodrum.
Aquella encantadora villa de pescadores es hoy una inmensa ciudad vacacional con demasiado cemento y un porcentaje exagerado de tiendas de souvenirs y restaurantes turísticos. La principal razón para visitarla es el castillo de San Pedro, una impresionante fortaleza con una ermita griega en su interior y repleta de restos arqueológicos rescatados de galeones hundidos. Sirve además de mirador aventajado desde sus torreones para observar la bahía de Bodrum cubierta de yates.
Quizás Emiroğlu, como visionaria que era, supo adivinar el futuro masificado que le aguardaba a la ciudad y por eso se mudó, llevándose consigo la idea de su hotel junto al mar a la bucólica bahía de Göltürkbükü, a 40 minutos de Bodrum. Años más tarde, su hijo Sahir Erozan se hizo cargo del proyecto ampliándolo y convirtiéndolo en lo que es hoy. Más grande y mucho más lujoso, pero con el mismo espíritu bohemio y hedonista del bed and breakfast de su madre, del que aún se conserva el cartel original, colgado a la entrada. Prácticamente oculto entre los olivares, las buganvillas y los pinos, el hotel es apenas imperceptible desde el mar. El alojamiento combina la esencia turca con la sofisticación de un lugar decididamente cosmopolita. Erozan, empresario y bon vivant profesional, se mueve por las instalaciones entre saludos y abrazos, derrochando un carisma que le viene de familia.

Pero el Maçakızı es mucho más que un hotel. Es el lugar donde comenzó todo y donde hoy todo sigue pasando. Las suites blancas se despliegan en terrazas colina abajo entre adelfas y palmeras, hasta el mar, creando distintos niveles donde siempre ocurre algo. El espacio principal, con impresionantes ventanales, acoge cada mañana un exquisito desayuno con el mar como telón de fondo. Más abajo, un spa, donde abandonarse en las manos de una masajista sobre la piedra caliente de mármol del hammam y despertar cubierto de espuma de jabón y envuelto en vapor. Seguimos bajando y el restaurante Maçakızı es el escenario donde el chef Aret Sahakyan agasaja con un menú degustación. En el último nivel, el beach club se abre al mar con un precioso embarcadero de madera y tumbonas donde varias huéspedes lucen cuerpo y bronceado, ataviadas muchas de ellas con elegantes caftanes de rayas y vestidos comprados en Escape, la tienda de ropa y accesorios más chic y estilosa de la región, a apenas unos metros del hotel.
En el bar, todos los atardeceres son una fiesta; más incluso durante los tres días que el hotel se convierte en el epicentro del arte, la música y la cultura de Bodrum con el MedBodrum, un festival boutique que ha conseguido con solo dos ediciones convertirse en el pistoletazo que abre la temporada de verano en mayo en una zona donde, tradicionalmente, nada ocurría hasta junio. Bajo la vanguardista batuta del comisario y agitador cultural francés Jérôme Sans, y el ímpetu creativo de la directora del festival, la norteamericana Sarah Bromley, la última cita fue un regalo para los sentidos. Confluyeron siete chefs con estrellas Michelin de Italia, Noruega, España y Francia, DJ internacionales, raperos con Grammys, bandas como Buena Vista Social Club y una onírica performance de una soprano iraní cantando por la noche sobre las antiguas ruinas licias en medio del mar, con un barco dirigiéndose en silencio hacia ella hipnotizado por su canto de sirena.

El rastro de las instalaciones artísticas de MentalKlinik llevaba hasta Villa Maçakızı, donde una gigantesca bola de colores colgaba de una grúa gigante sobre la piscina infinita. En otra sala, un vídeo kitsch con manos enjoyadas sujetando langostas era el contrapunto artístico al banquete de dos mesas enormes repletas de ostras, langostas, patas de cangrejos y pescado crudo. Es en esta exclusiva villa de 10 habitaciones donde se alojan celebrities buscando intimidad y millonarios llegados en jet privado hasta el aeropuerto de Bodrum, y desde allí en yate hasta el embarcadero de la villa, en una mezcla entre Succession y The White Lotus.
En su guía de viajes 2024, la revista Tatler nombró a Bodrum como el “epicentro del hedonismo”. Un epicentro que sigue creciendo con proyectos como el hotel de Bulgari, cuyo esqueleto se levanta en la montaña enfrente de Villa Maçakızı y abrirá en 2026. En la colina de al lado está el Mandarin Oriental, en el que el año pasado Louis Vuitton inauguró un beach club. Y un poco más allá se encuentra el hotel Maxx Royal, con su recién abierto beach club Scorpios, propiedad de Soho House, todo un clásico del hedonismo mediterráneo procedente de la isla de Mikonos.

Recostado en la tumbona del Maçakızı, con los pies en el agua y una copa de chardonnay en la mano, uno entiende el concepto de hotel destination tan desarrollado aquí, donde los hoteles son destinos en sí mismos, de los que solo se sale en caso de estricta necesidad. Sin embargo, a tan solo 10 minutos caminando por un sendero se tiene también la posibilidad de experimentar el pueblo de Türkbükü. Un lugar auténtico que comparte su mar entre pescadores y turistas nacionales, donde disfrutar de una cerveza Efes helada en una mesa con mantel de cuadros a dos metros del agua, beberse un café hombro con hombro con familias turcas en el Türkbükü Café o darse un homenaje de mezeseguido de una cazuela de langostinos con salsa en el restaurante Çetimek, junto al puerto, mientras se observa a los pescadores reparar sus redes y preparar los aperos de pesca en sus pequeños barcos.
Aquí es posible contratar un barco para hacer la travesía de hora y media hasta otra de las joyas de los alrededores: Lassos, un antiguo asentamiento licio escondido entre colinas y olivos donde se escucha el eco de su historia milenaria sin el ruido de los turistas. Entre sus ruinas se distinguen restos de murallas, cisternas y templos que parecen hablar. En una de las cuatro casas del pequeño pueblo, el bar con estufa de leña y una enorme foto en blanco y negro de un joven Kemal Atatürk, fundador de la República de Turquía, parece detenido en el tiempo. De regreso al hotel, el sol está a punto de echar el telón inundando el beach club de un tono cálido que aún favorece más a los hedonistas que cada tarde se concentran aquí para despedirlo. El mar turquesa hace un guiño, y antes de que uno se dé cuenta ya está otra vez en sus brazos.
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