The Mastermind: Kelly Reichardt da el golpe con un irresistible atraco al cine de atracos

<p>Desde que el cine es cine, pocas artes pueden presumir de haber robado tanto. El invento de los Lumière le robó al teatro, a la fotografía, a la novela decimonónica, a la novela moderna, a la pintura, a la música, a la danza… Y cuando se le acabaron la artes de las que agenciarse ideas sin pedir permiso, los cineastas comenzaron a robarse entre ellos. De forma casi obsesiva, eso sí, todos robaron a D. W. Griffith. «Jamás un arte debió tanto a un solo hombre», fue la frase que pronunció Orson Welles para dar las gracias al responsable de <i>Intolerancia</i>. Pero no solo eso, en cuanto tuvo ocasión, lo primero que representó el cine fue, en efecto, un atraco. <i>Asalto y robo de un tren,</i> de Edwin S. Porter, data de 1903.</p>

Seguir leyendo

 La directora le da la vuelta a uno de los lugares comunes más celebres y celebrados del cine para conseguir la más triste y precisa película de robos perfectos en su imperfección  

Desde que el cine es cine, pocas artes pueden presumir de haber robado tanto. El invento de los Lumière le robó al teatro, a la fotografía, a la novela decimonónica, a la novela moderna, a la pintura, a la música, a la danza… Y cuando se le acabaron la artes de las que agenciarse ideas sin pedir permiso, los cineastas comenzaron a robarse entre ellos. De forma casi obsesiva, eso sí, todos robaron a D. W. Griffith. «Jamás un arte debió tanto a un solo hombre», fue la frase que pronunció Orson Welles para dar las gracias al responsable de Intolerancia. Pero no solo eso, en cuanto tuvo ocasión, lo primero que representó el cine fue, en efecto, un atraco. Asalto y robo de un tren, de Edwin S. Porter, data de 1903.

Kelly Reichardt lo sabe. Sabe que en el cine se roba y ya uno de sus primeros personajes, Wendy, robaba. Robaba comida para perros en Wendy y Lucy, que no bancos, pero robaba. En The Mastermind, dos pasos más adelante, el robo ya no una circunstancia añadida con la que acorralar a un personaje ya de por sí acosado, sino el propio argumento y sentido de todo. Su última película es, si se quiere, una genuina heist movie o película de atracos perfectos, pero, como no podía ser de otro modo en la filmografía siempre sorprendente y siempre sabia de la directora, del revés.

Desde Thomas Crown a Johnny Hooker y Henry Gondorff en El golpe, pasando por la desternillante Rufufú, de Mario Monicelli, o la perfecta Atraco perfecto, de Kubrick, todo robo tiene algo de mítico. Y sus protagonistas poseen el carisma de seres de leyenda por su forma de responder desde un planificado e irresistible caos al agrio imperio de la ley y el orden. Estamos siempre con ellos. The Mastermind se mueve en este misma tradición para contar la historia del primer gran atraco de un carpintero desempleado (Josh O’Connor) convertido en ladrón de arte por accidente.

Estamos en los años 70, cuando los robos analógicos eran posibles, y nuestro hombre muestra en todo su esplendor lo perfectamente inútil que puede llegar a ser. De eso se trata. De repente, el héroe en el que cree Reichardt es exactamente lo contrario de todo, de todos y hasta de sí mismo. El atracador deshabitado, podría llamarse. La directora planifica con infinito cuidado uno a uno todos los callejones sin salida en los que se verá su personaje y lo hace con una tan esmerada como convincente recreación de época. Gusta el tono de desesperación como enamora esa sensación de vacío que preside todo. La idea no es otra que sustituir el frenesí por la quietud, el heroísmo por la fatalidad y la fiebre del momento por el simple cansancio. Y ante tanto precipicio, quién se resiste. Suena desasosegante, quizá tremendo, y, en efecto, de eso se trata.

No es la primera vez que Reichardt nos propone este juego de las inversiones. A la directora le encanta darle la vuelta a las ideas alegremente preconcebidas para desnudarlas y mostrar al aire sus vergüenzas. Tanto en Meek’s Cutoff como en First Cow se trataba de leer del contrario las claves del mismísimo western, el genero fundacional del cinematógrafo. Y en ambos casos, lo que surgía de la pantalla eran sendos relatos tan originales como furiosos, a la vez desconcertantes y perfectamente reconocibles, y con una evidente carga de profundidad. De golpe, el western era lo contrario de lo habitual, es decir, lo opuesto a un lugar esencial y existencialmente violento; el western ya no era un sitio de dominio y humillación donde el hombre (siempre él) conquista lo que extermina y solo comprende lo que aniquila.

En este caso, y al ritmo y hondura de una excepcional banda sonora de jazz, se trata de lo mismo, que es como si dijéramos que se tratara de justo lo contrario. The Mastermind resulta tan cálida, desengañada y triste que no queda otra que rendirse. Aquí todo el mundo se rinde. Es triste robar, pero más triste es que te pillen sin haber robado nada.

Dirección: Kelly Reichardt. Intérpretes: Josh O’Connor, Alana Haim, Hope Davis. Duración: 110 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.

 Cultura

Te puede interesar