<p>Llevo tres días siendo abordado en redes por análisis del vídeo de <i><strong>Berghain</strong></i>, la nueva canción de <strong>Rosalía</strong>, y puedo decir, sin temor a equivocarme, que la gente se flipa a unos niveles que ni la mochila de <strong>Pocholo</strong> justificaría. He leído que reinventa la música (otra vez), que es lo más grande que ha dado España desde <strong>Picasso</strong>, que nunca nadie hizo algo parecido (cuando escuchen esta frase sobre cualquier creación artística a un adulto, borren su móvil), que la paloma es un millar de cosas, de la pureza al Espíritu Santo pasando por la representación con pico del Bien y el Mal. Todo menos una jodida paloma, claro. Eso sería una vulgaridad.</p>
Intentan convencernos de que un vídeo musical de tres minutos, con un simbolismo tan obvio como cabe esperar de un vídeo de tres minutos, tiene más capas que Crimen y castigo.
Llevo tres días siendo abordado en redes por análisis del vídeo de Berghain, la nueva canción de Rosalía, y puedo decir, sin temor a equivocarme, que la gente se flipa a unos niveles que ni la mochila de Pocholo justificaría. He leído que reinventa la música (otra vez), que es lo más grande que ha dado España desde Picasso, que nunca nadie hizo algo parecido (cuando escuchen esta frase sobre cualquier creación artística a un adulto, borren su móvil), que la paloma es un millar de cosas, de la pureza al Espíritu Santo pasando por la representación con pico del Bien y el Mal. Todo menos una jodida paloma, claro. Eso sería una vulgaridad.
Es insoportable. Desde esta columna en la que comparto mi opinión de mierda proclamo que esta obsesión por compartir nuestra opinión de mierda debe acabar. Volvamos a las turras a los amigos en el bar, a ser pesados en círculos pequeños, a ser conscientes de nuestras limitaciones. Dejemos de esparcir por el mundo ideas de borrachos intensos como si fueran genialidades y no exactamente lo mismo que está pensando tu prima mientras mira el vídeo comiendo pistachos.
No convirtamos las redes sociales en un gigantesco Club de Fans porque el fan, como norma general, es bobo. Y lo digo como fan de mucha gente. De Rosalía, por ejemplo. Es ridículo. Un montón de aspirantes a influencers, que en muchos casos han descubierto la existencia de Björk por su colaboración en Berghain, quieren convencernos de que un vídeo musical de tres minutos y medio con un simbolismo tan obvio como cabe esperar de un vídeo musical de tres minutos y medio es una obra magna con más capas que Crimen y castigo.
No negaré su potencia estética ni su importancia en esta música actual donde las canciones (preciosa esta) son ya sólo una pieza de algo mayor en lugar del todo que debieran ser, pero me estoy descojonando solo mientras imagino que esta moda del fan-analista hubiera existido cuando a Los Planetas les dio por grabarse una mañana jugando al golf para el vídeo de Un buen día: «El swing amorfo de Florent representa la imperfección del amor y ese putt tan recto de Jota simboliza los cuatro millones de rayas que se van a meter esta noche». En fin.
Y mientras miles de personas buscan sinónimos de las palabras más grandilocuentes que conocen, Rosalía, que aparte de buenísima es listísima, ve subir el contador de visualizaciones, cóctel en mano, mientras piensa: «Animalitos, menos mal que no les dejé margen para interpretaciones con el final». Esa última frase, redonda y directa, dice más que cualquier paloma o joya abollada. «Te follaré hasta que me quieras». Berghain es un temazo, pero no oculta secretos místicos. Rosalía sólo quiere que la quieran y echar un buen polvo. Como todos.
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