Nouvelle Vague: Richard Linklater, bajo el aliento de Godard (***)

<p>»El amor», escribía el propio Truffaut, «es el único argumento posible, el argumento de los argumentos. Estadísticamente se podría afirmar que nueve de cada diez películas tratan del amor… Y no creo que sea suficiente». <i><strong>Nouvelle Vague</strong></i>, la nueva película de <strong>Richard Linklater</strong> presentada (dónde si no) en <strong>Cannes</strong>, trata más de <strong>Godard </strong>que de <strong>Truffaut</strong>, pero la cita, aunque solo sea por una vez, le corresponde ahora al segundo que no al gran amante de las citas (de todas ellas) que fue el primero. Y la razón es que antes de nada y por encima de todo, de lo que de verdad se ocupa el nuevo trabajo del autor de <i>Boyhood</i> es del amor. Y del cine. <strong>Y, ya que estamos, del amor al cine y del cine del amor</strong>. De Carlos del Amor, de momento no, pero todo llegará.</p>

Seguir leyendo

 El director estadounidense rinde pleitesía (excesiva y acrítica) a la película que le decidió a ser director de cine. A su lado, la competición convulsiona con la obra profunda sobre la soledad Renoir, de la japonesa Chie Hayakawa (****)  

«El amor», escribía el propio Truffaut, «es el único argumento posible, el argumento de los argumentos. Estadísticamente se podría afirmar que nueve de cada diez películas tratan del amor… Y no creo que sea suficiente». Nouvelle Vague, la nueva película de Richard Linklater presentada (dónde si no) en Cannes, trata más de Godard que de Truffaut, pero la cita, aunque solo sea por una vez, le corresponde ahora al segundo que no al gran amante de las citas (de todas ellas) que fue el primero. Y la razón es que antes de nada y por encima de todo, de lo que de verdad se ocupa el nuevo trabajo del autor de Boyhood es del amor. Y del cine. Y, ya que estamos, del amor al cine y del cine del amor. De Carlos del Amor, de momento no, pero todo llegará.

Dice Linklater que tiempo atrás, con apenas 20 años y recién llegado a la ciudad, se imaginaba su vida como novelista o dramaturgo. «Para mí, el cine era Hollywood. Me gustaban bastante las películas, pero nunca me había planteado hacerlas yo mismo. Sin embargo, cuando vi Al final de la escapada, pensé: ‘¿Entonces es posible?‘. Esa libertad me fascinó. No sabía nada de cine, pero podía sentir lo genial, alegre y revolucionaria que era la película». La declaración del director explica exactamente el porqué de esta cinta que ahora se presenta. Y ese motivo no es otro que saldar una cuenta pendiente, una cuenta de, efectivamente, amor.

Nouvelle Vague es, en sentido clásico y riguroso, cine dentro del cine. Como en Las Meninas. Como en el momento del Quijote en el que Alonso Quijano se sienta a nuestro lado y se confiesa lector del libro que relata su aventura. Como en el tercer acto de Hamlet donde se representa la muerte del rey ante el nuevo rey. O como, y sin movernos del cine, La noche americana, de otra vez Truffaut, o Fellini 8 1/2 o, a su modo, Histoire[s] du cinéma, del propio Godard. Nada que ver, aunque se ocupe de la misma época y asunto similar, con Mal genio, de Michel Hazanavicius.

Básicamente, lo que hace Linklater es recrear, haciendo coincidir el mismo estilo y forma narrativa, el proceso de creación de Al final de la escapada desde las primeras dudas de su director amargado por ver a sus compañeros convertidos en directores de éxito hasta su triunfo final en carne de revolución. Por allí pasean todos los personajes de la revista Cahiers du Cinema convertidos ya en figuras mitológicas y ahí se reproducen una a una todas las leyendas de una película que apenas nació ya era ella misma leyenda. «La realidad no tiene raccord«, dice el personaje de Godard con la bandera de lo nuevo bien en alto.

El artificio utilizado por Linklater resulta tan fascinante como fácil de querer. Se trata, en rigor, de identificar el terreno común de lo compartido. Y hacerlo desde el respeto, la añoranza y hasta una ligera y nada amarga melancolía. Chirrían algo los actores porque ni Belmondo ni Seberg son difícilmente interpretables, pero la nave va. Guillaume Marbeck como Godard, en cambio, funciona. En definitiva, es como ver el making of de la película que lo cambió con «el estilo» precisamente de ese cambio. Gusta por lo ingenioso, enamora por lo tierno y entusiasma porque no queda más remedio. Pero, en justicia, no todo son parabienes.

Richard Linklater y Guillaume Marbeck.
Richard Linklater y Guillaume Marbeck.JEAN LOUIS FERNANDEZ

En verdad, hay mucho de falso en el hecho de convertir el que fue el emblema de la ruptura de todas las reglas en una especie de eucaristía pagana para cinéfilos con acreditación en Cannes. Nouvelle Vague ni cuestiona ni analiza ni reivindica, simplemente celebra y lo hace de manera tan forzadamente moderna que todo se antoja puro cliché. Aquello que con tanto esmero y acierto analizaron los sociólogos canadienses Joseph Heath y Andrew Potter en Rebelarse vende -donde quedaba claro que la contracultura había pasado de ser una amenaza para el sistema a un objeto más de consumo- parece tener en esta película el anuncio promocional que le faltaba. Esto último suena muy duro, quizá injusto, pero es así.

Bien es verdad que tampoco hay que enfadarse. Y bien es verdad, de nuevo, que, a estas alturas, nadie puede discutirle a Linklater ni el derecho a hacer la película que le cuadre ni nada. Él ha querido ofrecernos su particular homenaje al cine que le hizo ser lo que es y es de bien nacidos ser linklaterianos. Vaya el amor por delante.

Renoir Chie Hayakawa
Una escena de Renoir, de Chie Hayakawa.LOADED FILMS

Y luego está lo contrario del amor, que no siempre es el odio. La soledad, sí lo es en cambio. Siempre. De la japonesa Chie Hayakawa conocíamos su primera película que fue uno de los éxitos inesperados pospandemia. Plan 75 proponía una sociedad semidistópica en la que la eutanasia se ejercía por decreto. El mundo viejo de viejos al que caminamos era descrito, analizado y diseccionado con una claridad sin miedo. Ahora, Renoir cambia el punto de vista de manera radical. La que mira el mundo es una niña de 11 años; una cría cuyo padre agoniza por cáncer en el hospital y cuya madre vive en ese estado tan común de la ocupación perpetua. Es decir, está sola.

Cuenta la directora que lo narrado tiene mucho de su vida y de su experiencia de niña, que todavía hoy no solo recuerda, sino que siente con nitidez el olor a papilla y desinfectante de los hospitales de su infancia. Y, en efecto, Renoir está no solo rodada sino que se diría arrancada de la propia piel vivida de su autora.

La protagonista, como los héroes descamisados de Hirokazu Koreeda en Nadie sabe, se mueve por la pantalla con los ojos abiertos. Y por momentos uno diría que toda la fuerza interpretativa de la joven actriz Yui Suzuki consiste en exclusivamente eso: mantener las pupilas encendidas en estado de alarma. El relato navega a su manera sin rumbo por una vida que se organiza y desorganiza delante de la mirada de la protagonista. Renoir respira por el sufrimiento callado de cada personaje y por la sensación de hondo abandono que todo lo puede. El resultado es un ejercicio de cine sorprendente y triste, pleno y profundo. Y, claro, hay que amarlo.

Apuntamos Sound of falling, de Mascha Schilinski, y ésta. De momento, lo mejor de Cannes.

 Cultura

Te puede interesar