<p>El sentimentalismo hay que vigilarlo. No es que produzca calvicie, pero casi. Se diría que, en según qué casos, se acerca a la enfermedad. No a una mortal, pero sí muy molesta. Los síntomas son de todos conocidos. Se empieza experimentando una ligera presión en el pecho y, acto seguido, los ojos pierden fuelle, se destensan y se anegan de un líquido salado esencialmente extraño. A su vez, aparece en la garganta una bola de pan sin digerir y en las mejillas, un extraño sudor que surge de más arriba lo inunda todo. <i><strong>La vida de Chuck </strong></i><strong>es una película sentimental. </strong>Y eso se sabe porque buena parte de lo antes descrito sucede sin remedio y hasta sin pudor. En condiciones normales, y si uno presume de buena educación, debería rebelarse y denunciar el desmán emotivo, llamémoslo así, que provoca. <strong>Pero, de tanto en tanto, conviene relajarse y, aunque solo sea un rato, desahogarse y, en efecto, llorar. Es el momento.</strong></p>
Mike Flanagan adapta a Stephen King con gracia, gusto por el relato y un lacerante sentimentalismo no siempre bajo control
El sentimentalismo hay que vigilarlo. No es que produzca calvicie, pero casi. Se diría que, en según qué casos, se acerca a la enfermedad. No a una mortal, pero sí muy molesta. Los síntomas son de todos conocidos. Se empieza experimentando una ligera presión en el pecho y, acto seguido, los ojos pierden fuelle, se destensan y se anegan de un líquido salado esencialmente extraño. A su vez, aparece en la garganta una bola de pan sin digerir y en las mejillas, un extraño sudor que surge de más arriba lo inunda todo. La vida de Chuck es una película sentimental. Y eso se sabe porque buena parte de lo antes descrito sucede sin remedio y hasta sin pudor. En condiciones normales, y si uno presume de buena educación, debería rebelarse y denunciar el desmán emotivo, llamémoslo así, que provoca. Pero, de tanto en tanto, conviene relajarse y, aunque solo sea un rato, desahogarse y, en efecto, llorar. Es el momento.
Flanagan, un director curtido en el terror y con trabajos en su haber tan notables como la serie La maldición de Hill House y tan discutibles como la película Doctor Sueño, adapta un relato de Stephen King entre el melodrama, la fantasía y el ensayo narrativo. Como La milla verde, por poner el ejemplo más célebre, pero con un dispositivo, digámoslo así, que la hace diferente a casi todo. La peculiaridad de la película y de la propia novela corta consiste en ser narrada del revés. En tres actos, pero con la conclusión al principio. No es que la historia avance al contrario como en El curioso caso de Benjamin Button (aunque un poco sí, la verdad), sino que la entrada en la cinta se antoja tan turbadoramente confusa que, la verdad, entusiasma.
Un hombre y su familia asisten a la destrucción completa y verdadera del planeta a la vez que una curiosa publicidad lo inunda todo. Un tal Chuck se despide de todos tras 39 años de feliz existencia. Y lo hace en los anuncios de la tele, en los carteles de la calle y en lo cortes publicitarios de la radio. Pero, ¿quién es Chuck? En el segundo acto, el más brillante de todos, Chuck baila y, para sorpresa de casi nadie, Tom Hiddleston regala una de las escenas y una de las interpretaciones más brillantes del año. Solo por su número de baile, la película está a salvo. El último acto es, en sentido estricto, la vida de Chuck desde niño, desde que se aficionara a bailar con su abuela. Lo que une este tercer capítulo con el primero de todos es la clave de todo que, claro está, conviene dejar ahí.
Flanagan demuestra un amor por King tan fuera de duda que se diría excesivo. De hecho, buena parte de los problemas de la película se deben a su exagerada apego al texto, a su literalidad mal digerida. Es curioso porque la libertad que demostró en la adaptación del clásico de Shirley Jackson en la serie citada arriba ahora se antoja completamente inexistente. El director se limita a ilustrar la letra ajeno esta vez al hecho de que la narración sobre el papel nada tienen que ver con las exigencias de su conversión en relato filmado (no diremos lenguaje cinematográfico por pomposo). Así, la historia resulta trabada, desconexa y, por momentos, algo arbitraria. Eso sí, la emoción sin el menor amago de pudor lo puede todo. Sí, es una película sentimental y orgullosa de ser cursi. Y bien está que así sea. Si hay que llorar, pues se llora.
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Director: Mike Flanagan. Intérpretes: Tom Hiddleston, Chiwetel Ejiofor, Karen Gillan. Duración: 110 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.
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