<p>«No me acuerdo mucho. De hecho, tardé en recordar qué había pasado, me vino seis meses más tarde. Un día, cuando tenía 17 años, estaba en la playa de la Barceloneta y fui nadando a la boya con un amigo. Cuando llegué, intenté subirme a ella, hundirla hacia abajo, pero se me resbaló de las manos, subió de golpe y me dio en la frente. Según me explicaron después, me quedé sin riego sanguíneo por delante del cerebro y sólo me llegaba por detrás. Por eso no perdí el conocimiento del todo. Con la ayuda de mi amigo, nadando lo que podía, logré salir del agua y me ingresaron en el Hospital del Mar de Barcelona. Me diagnosticaron un ictus accidental».</p>
Uno de los españoles que buscarán la final de los 1.500 metros sufrió un accidente que le tuvo dos años sin correr
«No me acuerdo mucho. De hecho, tardé en recordar qué había pasado, me vino seis meses más tarde. Un día, cuando tenía 17 años, estaba en la playa de la Barceloneta y fui nadando a la boya con un amigo. Cuando llegué, intenté subirme a ella, hundirla hacia abajo, pero se me resbaló de las manos, subió de golpe y me dio en la frente. Según me explicaron después, me quedé sin riego sanguíneo por delante del cerebro y sólo me llegaba por detrás. Por eso no perdí el conocimiento del todo. Con la ayuda de mi amigo, nadando lo que podía, logré salir del agua y me ingresaron en el Hospital del Mar de Barcelona. Me diagnosticaron un ictus accidental».
Nueve años después, con 26, Carlos Sáez está aquí, en Tokio, para debutar con la selección española en un Mundial de atletismo. A partir de esta próxima madrugada (empiezan a las 02.35 horas, Eurosport y Teledeporte) correrá las series de los 1.500 metros junto a otros dos españoles, Adrián Ben y Pol Oriach. Su objetivo como novato será superar esa primera ronda y rebajar su mejor marca personal (3:32.28), pero en realidad ya ha ganado. Si a la neuróloga Elisa Cuadrado, la responsable del equipo que le trató el ictus, le hubieran dicho que ese paciente acabaría siendo atleta profesional, no se lo habría creído.
«La recuperación fue muy, muy lenta. Los primeros días dormía hasta 22 horas diarias, sólo me levantaba para comer. Tenía la mitad de la cara paralizada, no tenía fuerzas para nada, estaba muy mal. Tomaba Adiro, un anticoagulante. Y cuando recuperé la movilidad y pude salir del hospital estuve tres o cuatro meses sin ganas de nada. Me dijeron que el golpe me había afectado a la zona del cerebro que te anima a hacer cosas, que sufría una depresión física. Luego empecé a caminar. Recorría 50 metros y me iba a dormir. A los pocos días, 100 metros. Luego, 200 metros. Me acuerdo del día que conseguí dar la vuelta a la manzana. Fue muy duro física y mentalmente».
Cuando sufrió el accidente, Sáez volvía de correr un Europeo juvenil, estaba entre los mejores de España de su edad y ya divisaba una vida de deportista profesional. De Barcelona de toda la vida, creció en la Villa Olímpica, el barrio que se levantó para acoger a los participantes de los Juegos Olímpicos de 1992, así que su futuro se podía palpar en su calle, en su escuela, en las plazas. Su madre, delineante, era aficionada a correr desde siempre y de ahí el acierto. El niño no gastaba toda su energía con el fútbol, había que buscarle un segundo deporte y dio en el clavo: el atletismo. Empezó en el Canaletes, luego en el Barcelona Atletisme y aquella boya le sorprendió cuando ya destacaba en la UCA de Santa Coloma de Gramanet.
«Después del accidente tardé casi dos años en volver a correr de verdad. Durante ese tiempo todo eran preguntas sin contestar. Nadie sabía cómo sería mi recuperación, si realmente podría volver a hacerlo. Pero entonces me di cuenta de lo que realmente quería. Mi familia siempre ha creído mucho en mí y gracias a ellos yo también he tenido esa confianza. Nunca pensé en dejar de correr. Sabía que llegaría a ser corredor, sabía que mi momento iba a llegar».
Y ha llegado: está en un Mundial de atletismo. Aquí se acaba la historia. O no. Porque después de su recuperación del ictus Sáez corrió de nuevo y corrió rápido, y llegó a ser medallista en un Campeonato Iberoamericano, y se fue a entrenar a Madrid con el prestigioso grupo que dirige el técnico Antonio Serrano. Y pese a ello, algo todavía fallaba. Necesitaba siestas de dos o tres horas. Cada tres o cuatro semanas enfermaba. Sus anticuerpos estaban revolucionados. Los médicos le dijeron que sufría una enfermedad autoinmune posiblemente derivada de una mononucleosis. Pero no era así.
«Lo descubrí este mismo año porque me empezó a salir pus por la encía. Desde hace tres años sufría una infección de muela silenciosa que no me dolía y que no se veía. Hasta que me hizo una fístula. Mi cuerpo luchaba contra algo y no me dejaba progresar. Ahora siento las piernas como si fuesen distintas. Es como si tuviera el cuerpo de otro. Desde que me quitaron la muela noté una diferencia brutal en mi rendimiento».
Ahora sí, Sáez, técnico de prevención laboral y estudiante de Derecho a distancia, está en la línea de salida junto a estrellas como el noruego Jakob Ingebrigtsen, el holandés Niels Laros, el prodigio keniano Phanuel Koech o el británico George Mills, quien se llevó el oro en aquel Europeo juvenil previo al accidente. Con su sprint final como argumento, buscará hacer su camino. Asegura que no nota presión por disputar la prueba más emblemática para el atletismo español, y es normal. Después de superar un ictus y una infección silenciosa, ¿qué es presión?
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