Futuro en regresión (el presente visto por ‘Regreso al Futuro II’)

<p><i>Regreso al Futuro II </i>es una de las películas comerciales más extraordinarias de todos los tiempos. Es un cúmulo de atrevimientos que fue posibles al rodarse a la vez que la tercera y última entrega de la serie. Su condición de película bisagra, de fragmento incompleto, permitió a sus creadores, <strong>Robert Zemeckis y Bob Gale</strong>, tirar a la basura el manual de guion. <i>Regreso al Futuro II </i>no es una película al uso, con una idea central y un único clímax, sino un encadenado de piruetas a lo largo de tres viajes en el tiempo (una mini trilogía en sí misma).</p>

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 Una América alternativa está sometida a los caprichos de un empresario. Los servicios públicos han desaparecido. Los militares han tomado la calle pero todo el mundo es libre de tirotear al vecino  

Regreso al Futuro II es una de las películas comerciales más extraordinarias de todos los tiempos. Es un cúmulo de atrevimientos que fue posibles al rodarse a la vez que la tercera y última entrega de la serie. Su condición de película bisagra, de fragmento incompleto, permitió a sus creadores, Robert Zemeckis y Bob Gale, tirar a la basura el manual de guion. Regreso al Futuro II no es una película al uso, con una idea central y un único clímax, sino un encadenado de piruetas a lo largo de tres viajes en el tiempo (una mini trilogía en sí misma).

Cuando se estrenó en 1989, lo que se hizo más popular fue el primer tercio de la película, el viaje a un entonces futurista año 2015. En dos palabras: monopatines voladores. El futuro se abría ante nosotros como una prolongación natural de la confianza que sentíamos al dejar el siglo XX atrás. El centro urbano de Hill Valley brillaba como el recinto de un centro comercial recién inaugurado, bendecido por una tecnología que florecía en forma de robots barrenderos y un clima controlado al dedillo. Un paraíso al servicio de una clase media omnipresente desfilando como un catálogo armonioso de culturas dispares.

Los espectadores de entonces ya estábamos acostumbrados a que el cine imaginara el futuro con intenciones alegóricas, pero este 2015 funcionaba como una celebración literal del porvenir, como una Exposición Universal concentrada. Porque todos dábamos por hecho que los monopatines, tarde o temprano, volarían bajo nuestros pies.

Más tarde, como consecuencia de una chapuza espaciotemporal, los protagonistas viajan a una Norteamérica alternativa sometida a los caprichos de un empresario inspirado en Donald Trump. No encuentran una biblioteca porque los servicios públicos han desaparecido. De hecho, el hueco del ayuntamiento lo ocupa un casino rodeado de plantas de residuos tóxicos. Aunque los militares han tomado la calle todo el mundo es libre de tirotear la casa de su vecino. Todos los presentes en la plaza del pueblo, incluida la marea de mendigos, son blancos. Los únicos negros que hemos visto son una familia que vive en un barrio periférico prácticamente en ruinas. Amenazados por una inmobiliaria que querría que viviesen aún más lejos.

36 años después de su estreno Regreso al Futuro II se ha transformado en una película completamente distinta. Antes era un relato de aventuras que incluía la promesa de un mundo feliz. Ahora es una sátira política en la que los protagonistas huyen, espantados, de un universo que imita al nuestro. O sea, que nos dejan atrás.

El tercer viaje de Regreso al Futuro II zambulle a los personajes dentro de la película anterior de la saga, lo que permite revisar escenas que hemos visto mil veces desde un ángulo nuevo que nos revela un doble fondo. Encima recochineo.

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