Filadelfia, Cartagena o Bujara: 10 ciudades infravaloradas que merece la pena descubrir

Frente a la saturación de las grandes ciudades turísticas, ha llegado el momento de buscar otros destinos alternativos. Y el mundo está lleno de ciudades secundarias que acaban de despertar y que tienen varias ventajas: hay menos turistas en sus calles, tienen rincones que resultan una auténtica sorpresa y, probablemente, resultan más baratas. Estos son solo 10 ejemplos de ciudades infravaloradas que dan mucho más de lo que esperamos.

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 El mundo está lleno de destinos alternativos a las opciones turísticas más visitadas; son pequeñas urbes menos conocidas, pero que cuentan con tres grandes ventajas: más sorpresas, menos visitantes y más baratas  

Frente a la saturación de las grandes ciudades turísticas, ha llegado el momento de buscar otros destinos alternativos. Y el mundo está lleno de ciudades secundarias que acaban de despertar y que tienen varias ventajas: hay menos turistas en sus calles, tienen rincones que resultan una auténtica sorpresa y, probablemente, resultan más baratas. Estos son solo 10 ejemplos de ciudades infravaloradas que dan mucho más de lo que esperamos.

Cartagena (Murcia): romana, marinera y modernista

El anfiteatro romano de Cartagena, en la Región de Murcia.

Comenzamos por España, donde quedan muchas ciudades en las que no solemos reparar como posible destino de nuestros viajes. Hay muchas, sobre todo en el interior (desde Jaén a Orense, pasando por Logroño o Albacete), pero nos fijaremos en una que va a estar cada vez más de moda, así que habrá que ir cuanto antes. Hablamos de Cartagena.

Durante años fue una ciudad industrial y portuaria, con un pequeño centro histórico muy deteriorado en el que apenas se adivinaba su interesante pasado milenario (cartagineses, romanos, bizantinos…). Ni siquiera se había puesto en valor su estupenda muralla construida por Carlos III en el siglo XVIII, ni sus fortalezas y magníficos arsenales militares, también históricos. En unas décadas todo ha cambiado: el centro es todo peatonal, las calles han recuperado sus estupendas fachadas modernistas, de las mejores del país, la muralla dieciochesca luce en todo su recorrido resaltada por jardines adyacentes.

Además, se sigue recuperando todo el pasado romano, con un impresionante teatro que ocupa un barrio junto al puerto que hubo que demoler para sacarlo a la luz, con un Museo del Teatro Romano, obra de Rafael Moneo, varias casas patricias, calles comerciales, templos, y un barrio del foro romano en el que se sigue excavando (Parque Arqueológico del Molinete). Hay un museo púnico y otro bizantino, además de otros ligados al mar (Museo Naval, Museo de Arqueología Subacuática) y se ha recuperado el puerto como zona de ocio para los cartageneros. Uno de los museos más originales es el de los Refugios de la Guerra Civil, que nos recuerda la vida cotidiana durante la contienda, que en Cartagena se extendió casi tres años: fue prácticamente la última ciudad republicana (hasta marzo de 1939).

Cartagena, además, se ha convertido en ciudad universitaria, aprovechando muchos edificios militares en desuso, y esto siempre anima la vida cotidiana. Más restaurantes y bares, más comercios, más programación cultural durante todo el año, y por supuesto, mucha vida en torno al puerto y al mar. Y aquí sí que hay playa: en la ciudad, la de Cala Cortina pequeña y escondida, pero llena de encanto y muy bien valorada; y a un paso, todas las playas del Mar Menor y del Mediterráneo (La Manga, Cabo de Palos, Calblanque, Playa Paraíso, Cala Reona, La Azohía…). Imposible irse sin probar su café más típico, el asiático, por ejemplo en CaféLab, una cafetería de especialidad, instalada en las antiguas Casas del Rey, del siglo XVI, en un escondido callejón del centro.

Los más gourmets pueden encontrar estrellas Michelín y soles Repsol en el afamado Magoya, convertido en el buque insignia de la alta gastronomía de la zona. Pero hay otras opciones más modestas, como las marisquerías y bares sin ninguna pretensión, que sirven pescados y caldero del Mar Menor junto al puerto de pescadores de Santa Lucía. Los que no hayan estado todavía, mejor que descubran cuanto antes Cartagena. Los cruceros ya hace años que lo hicieron y recalan en su puerto, aunque todavía de forma moderada.

Liverpool (Gran Bretaña): mucho más que Beatles y fútbol

Vista aérea de Liverpool con la catedral en el centro.

Puestos a descubrir ciudades inglesas que puedan sorprendernos (para bien), hay que reparar en Liverpool, cada vez más de moda pero todavía muy infravalorada. Porque la ciudad ya es algo más que Beatles y fútbol. Este antiguo puerto creado en el siglo XIII para conquistar Irlanda, se convirtió en uno de los más importantes del Imperio británico. En la Segunda Guerra Mundial los bombardeos destruyeron más del 70% de su casco histórico, pero a pesar de ello, hoy es la segunda ciudad inglesa con más edificios Patrimonio de la Humanidad después de Londres.

El caso es que Liverpool se está poniendo muy de moda, aunque todavía son muchos los que pasan de largo. Y hay mucho que ver, como los Royal Albert Dock, los antiguos almacenes de los muelles de la ciudad, los primeros que se construyeron en hierro fundido, ladrillo y piedra, y que hoy son Patrimonio de la Humanidad. O como el Museo de Liverpool, construido hace poco más de una década para contar la historia de Liverpool y su gente. O como el Museo Marítimo de Merseyside, que ocupa parte de lo que fueron las bodegas del Royal Albert Dock, y que nos cuenta como era el comercio marítimo de la ciudad (incluido el de los esclavos al que debe la ciudad su auge económico).

Hay edificios muy icónicos, como el de la Royal Liver Insurance, que fue el edificio más alto de Europa hasta 1934, el Cunard Building, antigua sede de la compañía naviera Cunard, o el Edificio del Puerto, todos muestra del empuje económico en la ciudad en el siglo XIX y principios del XX. En estilo neoclásico encontramos también los maravillosos antiguos juzgados del condado, St. George Hall, que reconoceremos porque aparecen en series domo Peaky Blinders o Tolkien.

Otra sorpresa es la Biblioteca Central, considerada una de las mayores y más bonitas del Reino Unido: todavía conserva la Picton Reading Room, la antigua sala de lectura, una espectacular sala redonda toda de madera. Y arriba una terraza con maravillosas vistas de la ciudad. Para amantes del arte, dos clásicos: la Walker Art Gallery, que alberga la segunda colección de obras de arte más importante de Inglaterra, o la Tate Gallery en los Royal Albert Dock, con obras desde Pablo Picasso hasta Joan Miró.

Y todo esto antes de llegar a los dos grandes emblemas de la ciudad: los Beatles y el fútbol. Todos los aficionados al fútbol sueñan con visitar el estadio del Liverpool, Anfield, a unos 15 minutos del centro, que tiene todos los días tours para visitar el estadio y el museo.

De los Beatles hay mucho que decir en su ciudad natal, desde la calle del The Cavern (Mathew Street) donde actuaron en sus inicios, y donde se concentran miles de turistas de todo el mundo, hasta el Museo de los Beatles (en Royal Albert Dock), múltiples lugares asociados a sus canciones, o la escultura de los Beatles en el puerto, en frente de las Tres Gracias, una foto obligada para un selfi con los cuatro de Liverpool. Se pueden visitar también las casas de Paul McCartney y John Lennon.

Y aún quedan otras experiencias interesantes, como explorar el barrio chino más antiguo de Europa, o descubrir un pueblo de hadas, justo al otro lado del Mersey, en Vale Park, perfecto para explorar con niños. Desde esta colina además hay espectaculares vistas de la ciudad y una playa donde bañarse. Y tercera recomendación: descender a un auténtico búnker subterráneo de la Segunda Guerra Mundial: en el Museo de los Enfoques Occidentales, donde se trabajaba en secreto contra los nazis.

Mequínez (Marruecos): la ciudad imperial más desconocida

El mausoleo de Mulay Ismail, en Mequínez.

Más pequeña y apacible que Fez, Mequínez siempre ha estado eclipsada por su vecina, a pesar de ser una de las cuatro ciudades imperiales del país (Rabat, Fez y Marraquech son las otras). Se suele visitar rápido, como parte de una excursión de un día a Volubilis, pero tiene joyas suficientes para dedicarle una visita en exclusiva.

Si uno no tiene prisa y quiere simplemente descubrir un lugar menos turístico, esta es una buena opción. Su medina es más fácil de recorrer y el ambiente es agradable, aunque algo descuidado. La vida cotidiana transcurre entre los restos de las grandiosas fortificaciones de la ciudad de la época de Ismail y la Ville Nouvelle, llena de edificios art déco y con un cine elegante y muchos bares. También es un núcleo comercial para los aldeanos bereberes.

En esta ciudad marroquí el personaje principal es el sultán Mulay Ismail (1672-1727), un hombre cruel y muy poderoso, que logró establecer la paz y después retirarse a su capital, Mequínez, y empezar a construir su grandiosa ciudad imperial. No escatimó en dinero, en materiales y en esclavos. Fue el gran constructor de la última época dorada de Marruecos y su legado sentaría las bases del Marruecos moderno. Encontraremos su huella en cualquier rincón de la ciudad.

El corazón de Mequínez es la medina y dentro de ella, la plaza el-Hedim y la monumental puerta Bal el Mansur. Al oeste y norte de la plaza, las zonas comerciales; al noreste, la zona residencial: y al sur, la ciudad imperial de Mulay Ismail, reservada todavía hoy, en gran parte, a la realeza. Al oeste de la medina nos quedan por ver las estrechas calles del antiguo mellah, el barrio judío, con sus casas con balcones.

En Mequínez todo es como en Fez, pero con otras dimensiones: hay madrasas, como la de Bu Inania, con un exquisito diseño interior, aunque no tan fastuosa como su homónima en Fez. Hay museos como el de Meknés, o mausoleos, como el de Sidi Ben Aïssa (la tumba está cerrada a los no musulmanes), que es lugar de peregrinación durante todo el año.

Pero el centro de la ciudad es Bab el Mansur, la más grande de todas las puertas imperiales marroquíes, y su gran joya es el mausoleo de Mulay Ismail, donde descansan los restos del gran sultán. En las afueras nos queda el palacio de Al Mansur, el palacio de verano de Mulay Islail, construido en el campo en el siglo XVII, aunque ahora forme parte del tejido urbano.

Pero los que van a Mequínez lo hacen para visitar las excavaciones de Volubilis (a 33 kilómetros de la ciudad), que fue uno de los puestos de avanzada más remotos del imperio romano. Es el yacimiento arqueológico mejor conservado de Marruecos, con unos impresionantes mosaicos. Imprescindible.

Bujara (Uzbekistán): como en las mil y una noches

Una calle turística de Bujara.

Eclipsada por la mítica Samarcanda, que se lleva la fama, Bujara permanece un poco en la sombra. Sin embargo, esta ciudad uzbeka es la más interesante de Asia central, con edificios con miles de años de historia y un casco antiguo compacto y lleno de vida, que apenas ha cambiado en siglos. Resulta más auténtica que Samarcanda y es uno de los mejores lugares de la región para conocer el Turkestán prerruso.

La mayor parte del centro es una reserva arquitectónica, llena de madrasas y minaretes, con una enorme fortaleza real y los restos de un mercado que en otros tiempos fue enorme. El esfuerzo restaurador del Gobierno uzbeko aquí ha sido más sutil y menos indiscriminado que en la ostentosa Samarcanda y en conjunto es todo más carismático. Hay que darse un tiempo para deambular por el casco antiguo: hay más de 140 edificios protegidos.

Se puede ver la fortaleza de los emires, la Ark medieval; tomar té verde junto al estanque Lyabi-Hauz y dirigirse al altísimo minarete Kalon para pasear por la red de bazares, baños y lonjas que lo rodean. Lo mejor son sus laberínticos callejones, con sinagogas ocultas, santuarios sufíes y madrazas olvidadas. Tiene los alojamientos más elegantes de la región, muchos de ellos en antiguas casas de mercaderes reformadas.

Hay que imaginarse la ciudad en el siglo XVI, cuando los shaybánidas uzbekos la convirtieron en capital del kanato con un extenso mercado con docenas de bazares y caravasares, más de 100 madrazas (con 10.000 estudiantes) y más de 300 mezquitas. Tras los años de dominio soviético, Bujara ha ido recuperando su esplendor.

El lugar más interesante es la playa de Lyabi-Hauz, en torno a un estanque central, y rodeada de madrasas, mezquitas, y rincones tan fotogénicos como el Char Minar, la pequeña puerta de una madraza desaparecida hace tiempo, en un laberinto de callejones, que tiene más estilo índico que bujarés. Otro eje de la vida en Bujara son sus bazares cubiertos, un extenso laberinto de callejones de mercado, galerías y pequeños bazares, con sus cúpulas, que fueron renovados en época soviética. Y hay joyas como la Madrasa Ulugbek, la más antigua de Asia central, que sirvió de modelo a muchas otras, con sus azulejos azules, o la de Mir-i-Arab, en activo, uno de los edificios más llamativos de Uzbekistán, con sus luminosas cúpulas azules.

Osaka (Japón): una Expo universal, comida y mucho arte

La Expo de Osaka el pasado mes de mayo.

Tokio, Kyoto, Yokohama… Japón es un país lleno de ciudades apasionantes, pero muchos dejan al margen Osaka, la tercera mayor ciudad de Japón. Este antiguo puerto comercial es una ciudad artística y progresista, un centro de vida nocturna y un paraíso gastronómico, famosa por tener algunos de los mejores vendedores ambulantes de comida del país. En 2025 Osaka se ha puesto de actualidad, al acoger por segunda vez en su historia una Exposición Universal (entre abril y octubre).

De su anterior feria universal (la anterior fue hace 55 años), se puede todavía ver la interesante Torre del Sol en el Parque Conmemorativo de la Expo, antes de visitar el nuevo emplazamiento en la isla de Yumeshima, en los antiguos astilleros. En el espacio han intervenido arquitectos de vanguardia en el diseño de pabellones y espacios.

Pero Osaka merecería la pena incluso sin Expo, sobre todo para los gourmets. Es famosa como paraíso para los foodies, con dos de los platos más deliciosos de Japón: okonomiyaki, una especie de torta con capas de verduras, carne y pescado; y takoyaki, bolas rellenas de pulpo picado o cortado en dados, jengibre y cebolla.

Osaka es también una ciudad de arte, a otro nivel: el Museo de Bellas Artes de la Ciudad, el Museo de Historia Natural, el de Cerámica Oriental, el de Ciencia, el de Historia de Hosaka y el Museo de Arte de Nakanoshima ofrecen en 2025 una gran exposición conjunta, Osaka-Haku, con las piezas que mejor representan la historia y la cultura de la ciudad. También el arte callejero tiene su espacio con un proyecto para que los artistas contribuyan con sus murales al paisaje urbano.

Imprescindibles para disfrutar la ciudad: el castillo de Osaka, una fortaleza blanca impresionante, con un excelente museo; el callejón empedrado Hozenji Yokocho, que lleva hasta el templo de Hozenji entre diminutos restaurantes y cafés. O los carteles y neones del barrio de Dotonbori, tal vez lo más típico, junto con la torre de observación Tsutenkaku, un símbolo retro del distrito de Shinsekai.

Róterdam (Países Bajos): el puerto más activo de Europa

Vista de Róterdam con la Casa Blanca al fondo.

Hay quien dice que Róterdam es una ciudad de segunda, pero en conjunto, su encanto rivaliza con Ámsterdam, con la ventaja de ser mucho menos turística. La segunda metrópolis de Países Bajos y mayor puerto de Europa, encierra algunos de los lugares más interesantes (y menos visitados) del país. La estética urbana desenfadada y la innovación son sus señas de identidad, y a pesar de la creciente popularidad de su diseño urbano y de los festivales al aire libre, el ambiente de la ciudad sigue siendo agradable y discreto. La oferta turística se centra en los grandes museos, las obras artísticas de vanguardia y la cultura de los cafés.

Róterdam está dividida por el inmenso canal del Nieuwe Mass, y los visitantes se mezclan con los vecinos, cruzando puentes de elegante diseño, subiendo a los taxis acuáticos y paseando por los canales del centro y su compacto casco urbano.

Róterdam es escenario de una arquitectura innovadora y de un derroche casi desenfrenado de creatividad: antros de jazz, raves de almacén, festivales veraniegos y muchos museos y exposiciones, animan a una escapada. Solo hay que asomarse al Museum Boijmans van Beuningen, una de las instituciones artísticas más famosas de los Países Bajos, que desde mediados del siglo XIX ha reunido más de 150.000 obras, en las que hay de todo: Rubens, Rembrandt, Degas, Van Gogh, Miró, Bacon… Otro museo es el de Róterdam, instalado en la atractiva Timmerhuis, una imponente pila de cubos blancos y cajas de cristal, que nos cuenta el pasado, presente y futuro de la ciudad. O el Kunsthal, en el Museumpark de Róterdam, siempre sorprendente gracias a un interesante programa de exposiciones temporales.

Hasta las fábricas son hoy arte, como la modernista Van Nelle Frabriek, diseñada entre 1925 y 1931, Patrimonio de la Humanidad e icono del diseño industrial del siglo XX. Fue una fábrica de café, té y tabaco hasta 1990 y hoy alberga industrias creativas. Y el arte contemporáneo se refugia también en el TENT y el Kunstinstituut Melly, una atractiva pareja de museos de arte moderno instalados en una antigua escuela.

Y como no todo va a ser arte, nos espera el Markthal, una maravilla arquitectónica (un llamativo arco en forma de U invertida) que es uno de los centros gastronómicos más populares de la ciudad, con varios restaurantes modernos.

La otra posibilidad es pasearse por el centro: Róterdam es un inmenso museo al aire libre de la arquitectura de los siglos XX y XXI, que va desde lo retro a lo ultramoderno, con una gran cantidad de edificios llamativos, concentrados sobre todo en el centro, pequeño y fácil de recorrer a pie. Como la popular Central Station, el citado Markthal, o la Huis Sonnenveld, un edificio aerodinámico, magnífico ejemplo del funcionalismo holandés que conserva la decoración original de 1930.

Pero tal vez lo más fotografiado de Róterdam sean sus casas cúbicas de la calle Blaak, una hilera de originales supercubos de vivos colores que descansan sobre pilones hexagonales, algunas de ellas asentadas sobre un puente peatonal. Son de propiedad privada, pero uno de ellas está convertido en Museo de las Casas Cúbicas y otra es un albergue juvenil con increíbles vistas del puerto viejo y una perspectiva única de las casas cúbicas. Por si fuera poco, la ciudad es Capital Europea del Jazz con locales, festivales y multitud de opciones.

Ferrara (Italia): el Renacimiento discreto

Las calles de Ferrara.

Peso pesado del arte renacentista, con palacios colosales y rodeada por sus murallas medievales, Ferrara llama la atención de los viajeros que consiguen ampliar su viaje más allá de las poderosas ciudades vecinas: Venecia y Bolonia. Cualquier ciudad situada cerca de la República veneciana pasa casi desapercibida, y es el caso de Ferrara, a pesar de que es parte del Patrimonio Mundial de la Unesco. Sus calles con perfectas para recorrerlas en bici y sus palazzi, congelados en el tiempo, están todavía poco explorados y deliciosamente tranquilos.

Históricamente, Ferrara fue el dominio del poderoso clan Este, rivales de los Médicis de Florencia, que dotaron a la ciudad de su edificio más emblemático, un enorme castillo con foso en pleno centro. Ferrara sufrió daños por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, pero su núcleo histórico está intacto. Es especialmente interesante el antiguo gueto judío, el mayor y más antiguo de la región, que perduró desde 1627 hasta 1859.

Ferrera es famosa por ser el refugio renacentista de la élite artística e intelectual, pero su casco viejo medieval, maravillosamente conservado, al sur del Castello Estense, merece también la pena. No hay que perderse la impresionante Loggia dei Merciai en Piazza Trento Trieste, y vale la pena adentrarse más para ver la parte medieval, con numerosos pasajes elevados (volte en italiano o bóvedas) que conectaban las casas de los comerciantes en el lado sur, con sus almacenes en el lado norte.

Los palacios renacentistas de los nobles de la Casa de Este, estuvieron siempre llenos de artistas que se dedicaron a adornarlos. El Corso Ercole I d’Este, la arteria central está considerada como una obra maestra de la planificación urbanística renacentista y forma parte del centro urbano. Y sin olvidarnos de las murallas, tan completas que solo pueden competir en longitud con las de Lucca en la Toscana y Bérgamo en Lombardía. Se pueden recorrer y deleitarse con unas vistas espectaculares.

Liubliana (Eslovenia): una joya modernista

El río atravesando el centro de Liubliana.

Es pequeña, encantadora, con elegantes edificios… pero ¿quién se acuerda de Liubliana como destino de una escapada? Y el caso es que reúne atractivos más que de sobra. A lo largo de su historia, la capital de Eslovenia, siempre ha conservado el ambiente de una pequeña ciudad en lugar del de una gran metrópoli, y así sigue siendo. Nació en el siglo I a. C. como un asentamiento romano, Emona, en una encrucijada estratégica de rutas. Desde la Edad Media hasta la Primera Guerra Mundial, fue Laibach, un puesto fronterizo de la casa Habsburgo de Viena, y en 1945 se convirtió en Liubliana, la capital de la República Socialista de Eslovenia.

La ciudad le debe casi todo a su hijo predilecto: el arquitecto y urbanista Joze Plecnik (1872-1957), un maestro del diseño minimalista moderno temprano, que desde los años veinte y prácticamente sin ayuda, transformó la ciudad añadiendo elementos de la arquitectura clásica romana y griega, elementos bizantinos, islámicos, folclóricos y del antiguo Egipto a sus fachadas barrocas y secesionistas. Embelleció Liubliana con bonitos puentes y edificios, columnas, pirámides y farolas y le dio a todo un aspecto de obra de arte coherente.

Además de su urbanismo, Liubliana tiene otros atractivos: ha restringido el tráfico de automóviles en el centro y ha dejado las orillas del río que recorre el centro para peatones y ciclistas. Tiene una moderna política medioambiental y sostenible y la consecuencia es que hoy es una tranquila, elegante, evocadora y habitable capital. Un curioso modelo que muchos se plantean imitar.

El imponente castillo es el corazón simbólico de la ciudad, que se extiende a sus pies desde la edad media. Se puede subir en funicular y bajar la colina paseando por los senderos arbolados y por las murallas medievales, transformadas por Plecnik en la década de los treinta. El otro hito es la pequeña plaza de Presernov Trg, ejemplo de la maravillosa estética arquitectónica de la ciudad: sobria, elegante, conecta con el casco antiguo y es uno de los puntos de encuentro más populares de la capital eslovena.

Y luego está el estrecho casco antiguo (Sataro Mesto), encajonado entre las cuestas que ascienden al castillo y el río Ljubljanica. Consta de tres largas plazas contiguas que parecen una larga calle y que son una auténtica joya arquitectónica bordeadas por edificios que incluso conservan su diseño medieval. Los visitantes pasean por esta especie de escenario de cuento de hadas, que pese a todo, sigue siendo una parte vital de la ciudad. La culminación es el ayuntamiento (siglo XV), gótico y luego barroco.

La Liubliana moderna está en la orilla oeste del río, con museos, restaurantes bares y galerías. Pese al encanto del centro, no hay que perdérselo. Nos encontraremos lugares de visita obligada como la biblioteca universitaria, considerada la obra maestra de Plecnik. Una verdadera maravilla.

Alejandría, el Egipto mediterráneo

Esfinges en Alejandría.

Por El Cairo o por Luxor pasan todos los millones de turistas que visitan Egipto, casi sin excepción, pero son muchísimos menos los que aprovechan el viaje para visitar Alejandría, la segunda ciudad del país, un lugar histórico histórica, con un ambiente más griego que islámico; más mediterránea y menos faraónica, aunque fuese la ciudad de Cleopatra. Hay quien la encuentra muy decadente y no tan grandiosa como otros rincones de Egipto, pero tiene otros muchos encantos. Rezuma literatura y evocaciones culturales: por aquí pasaron grandes viajeros de todos los tiempos; fue la ciudad de la mítica Gran Biblioteca, ahora recuperada. Y la ciudad del faro, una de las antiguas siete maravillas de la antigüedad, del que no queda nada.

Alejandría, la del cuarteto de Durrell, la del poeta Kavafis, es más bien una ciudad griega, y los griegos tienen todavía una fuerte presencia en la ciudad. Solo hay que ir a su club, en un extremo del maravilloso paseo de la corniche que bordea el que fuera uno de los puertos más extraordinarios del Mediterráneo. La gente pasea tranquilamente todo el día, pero sobre todo al atardecer: parejas, niños, turistas, familias… contemplando ese mar que es su razón de ser.

El centro urbano se arquea alrededor del llamado puerto oriental, entre dos promontorios, y bordeado por la corniche, el largo paseo martítimo en el que se alza también el gran hotel de la ciudad, el Cecil, icono de los grandes tiempos de principios de siglo XX, cuando los viajeros europeos se instalaban en Alejandría y muchos se quedaban como embrujados, como los propios Durrell o Cavafis, el escritor Somerset Maugham o el mismo Wiston Churchill. El servicio secreto británico operaba desde una suite de la primera planta y el hotel quedó inmortalizado en El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell.

Para conocer el pasado de la ciudad, hay que asomarse al Museo Nacional de Alejandría, con una pequeña pero cuidada colección de piezas, o acercarse a Kom Al Dikka, un yacimiento arqueológico muy interesante, donde se siguen haciendo descubrimientos de interés. También son interesantes las catacumbas de Kom Ash Shuqqaf, el mayor cementerio romano de Egipto y una de las últimas grandes construcciones religiosas del antiguo Egipto, Y por supuesto, a la Biblioteca Alejandrina, que si bien no reemplaza a la gran institución clásica desaparecida, cumple su cometido: con su forma de gigantesco disco inclinado, como si fuera el sol amaneciendo en el Mediterráneo, es una impresionante pieza de la arquitectura moderna y un intento por recuperar el esplendor del gran centro del saber y la cultura original. Alberga una serie de museos y es uno de los principales enclaves culturales de Egipto.

Y si queremos aproximarnos a la vida real de Alejandría, solo tenemos que ir a uno de sus muchos cafés, que han sido siempre el epicentro cultural y literario. Muchos de ellos son reliquias de otros tiempos gloriosos, pero conservan una majestuosa decoración, como el Delices, que fue la pastelería de la realeza egipcia, el Trianon, uno de los locales favoritos del poeta Cavafis, con un sensacional aire años treinta, o el Athineos, un local que emana nostalgia.

Filadelfia (Estados Unidos): moderna y reflejo de la historia

El monumento a Washington de Filadelfia.

Aunque parezca la hermana pequeña de Nueva York, situada a menos de 150 kilómetros de distancia, Filadelfia es más representativa de la vida de una ciudad de la costa este. Y para muchos, ofrece todas las ventajas de la vida urbana: gastronomía, música y arte, barrios con personalidad, abundantes parques… El casco histórico permite imaginar como eran las ciudades coloniales norteamericanas, diseñadas sobre una cuadrícula, con amplias calles y plazas públicas.

En la confluencia de los ríos Delaware y Schuylkill, Filadelfia se considera la primera ciudad Patrimonio Mundial de EE UU, también conocida como “cuna de la libertad”, “cuna del país” y “ciudad del amor fraternal”. Así llaman sus habitantes a la ciudad de Filadelfia, Philly para los amigos. Pero a pesar de tanta pompa histórica tampoco es una de las ciudades que figure en el radar de los turistas no americanos.

Filadelfia es una ciudad dinámica y moderna, que invita a una verdadera maratón museística. Amplio, frondoso y flanqueado por instituciones emblemáticas, el bulevar Benjamin Franklin Parkway es el punto de partida lógico para todo recorrido cultural. En uno de sus extremos se alza el Instituto Franklin, el país de las maravillas de la ciencia, que cumplió 200 años en 2024 y lo celebró con galerías renovadas, incluida la muestra de fisiología que rodea el gran corazón, literalmente, del instituto. También se renovaron para la ocasión las galerías espaciales y se abrió una nueva sala de colecciones con objetos de los hermanos Wright, una locomotora de vapor de 350 toneladas y un montón de artilugios.

Muy cerca esta la Barnes Foundation, con una colección nunca vista a menos que se conozca a alguien muy rico, ambicioso y excéntrico capaz de amasar una escandalosa colección de obras maestras y curiosidades, y después exhibirlas. Si ese no es el caso, hay que visitar el legado del malogrado Dr. Albert C. Barnes, una cueva del tesoro que incluye, entre otras joyas, las mayores colecciones de Renoir y de Cézanne del mundo. Y no hay que perderse los Jardines Calder, terminados a finales del 2024: una oda a uno de los hijos predilectos de la ciudad, un proyecto de la Calder Foundation junto a filántropos y agencias gubernamentales, que reúne los épicos móviles, esculturas y pinturas de Calder con la arquitectura de Herzog y de Meuron, ganadores del premio Pritzker, y el paisajismo de ensueño de Piet Oudolf (famoso por el High Line de Nueva York).

Otros museos a ver son el de Arte de Filadelfia, o el de la Revolución Americana, con algunas joyas relacionadas con la independencia americana. Y terminaremos con otro de los grandes atractivos de la ciudad: la gastronomía. Comenzando en el histórico mercado italiano y siguiendo por el Southeast Asian Market que sirve cocina laosiana, camboyana, tailandesa y vietnamita.

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