Dónde están las fotos de desayunos de tus amigos

<p>Todo empezó con el brillo de las cosas que vienen de lejos. Mi amiga -vida en Nueva York, pandilla de expatriados y noches de cosmopolitan- me habló de una <i>web </i>en la que contactabas con conocidos. Se llamaba <strong>Facebook</strong>. Ya me había descubierto una plataforma para telefonearnos gratis (descansa en paz, <strong>Skype</strong>), pronto me contaría de un modernísimo <i>videoclub </i>que por una pequeña mensualidad le enviaba infinitos DVDs (yo también he acabado abonada a <strong>Netflix</strong>).</p>

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 La era en que compartíamos lo cotidiano ha quedado atrás: usamos menos las redes y, cuando lo hacemos, ya no es para relacionarnos. Pero no parece algo malo para nuestras amistades…  

Todo empezó con el brillo de las cosas que vienen de lejos. Mi amiga -vida en Nueva York, pandilla de expatriados y noches de cosmopolitan- me habló de una web en la que contactabas con conocidos. Se llamaba Facebook. Ya me había descubierto una plataforma para telefonearnos gratis (descansa en paz, Skype), pronto me contaría de un modernísimo videoclub que por una pequeña mensualidad le enviaba infinitos DVDs (yo también he acabado abonada a Netflix).

Comenzamos a añadirnos a Facebook, a entusiasmarnos con el reencuentro. Compañeros de universidad, niñas del colegio, viejos amores. Todo cabía, todo se mostraba, en aquel libro de las caras. Mi muro todavía conserva fotos de cenas, anécdotas en el café de la esquina, conversaciones con mi quiosquera…

Cuando Facebook empezó a desencantarnos, nos sumamos con emoción a Instagram. Más amigos. Con su filtro Valencia. Con sus aguacates y sus atardeceres. Todos parecíamos más guapos, más interesantes, más perfectos.

Recuerdo mi primera foto en Instagram -con filtro Valencia, por supuesto-, pero no recuerdo cuál fue la primera influencer a la que seguí. Después añadiría medios, marcas de ropa, cuentas de memes… ¿Y mis amigos?

Cansados.

Nuestros íntimos han dejado de compartir lo cotidiano; también mi café de la mañana desapareció. Sufrimos «hastío de publicar», dice The New Yorker. El algoritmo, las cuentas profesionales y, ahora, el contenido generado por IA han sepultado las fotos de pies y desayunos.

Por primera vez, el tiempo que pasamos en redes -que, según el FT, creció sin parar hasta 2022– está cayendo. Y cuando entramos ahí, ya no es para relacionarnos: nos atrapa, nos anestesia el scroll infinito.

Las redes se han enmierdado, explicábamos hace poco en estas páginas.

¿Es esto malo para nuestras amistades? No parece. No está tan mal que ya no te encuentres con las fotos banales de tus conocidos: aquellas no eran interacciones genuinas. Nos avisa el tecnopesimista Éric Sadin: en realidad, las relaciones digitales nos distancian del otro. De sus cuerpos, de su presencia. «Hoy cada cual se manifiesta a los demás bajo la forma predominante de la pura apariencia», dice. Mensajes escuetos, fotos, vídeos, notas de voz unidireccionales…

Ahora que ya no encontramos a nuestros amigos en redes, deberíamos salir a buscarlos en el mundo real. Al fin y al cabo, ¿a cuántos de aquellos que felicitabas en Facebook has vuelto a cantarles «cumpleaños feliz»?

 Cultura

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