Su primer pensamiento fue que jamás sería actriz. Antes incluso de tener edad para cursar la Secundaria, la niña neoyorquina que pasaba sus días entre clases de claqué, canto e interpretación, convenció a su madre para asistir a una reunión con un agente de actores. El representante, que ya llevaba a un amigo de su hermano mayor, la recibió, la escuchó… y se negó a representarla. Según bromeó Scarlett Johansson (Nueva York, 40 años) años después, quizá fue su voz grave y rasposa, de “fumadora empedernida y bebedora de whisky”, el motivo del desaire. “Lloré mucho. Estaba devastada. Pensaba que era el final de mi carrera”, recordaría en 2013 en una entrevista con Interview Magazine. Pero no se rindió. Consiguió la confianza de otro agente, debutó con nueve años en el cine y, con solo 12, el mismísimo Robert Redford alababa su madurez frente a la cámara en El hombre que susurraba a los caballos. Hollywood ya era suyo y jamás lo soltaría.
A lo largo de tres décadas de carrera, la neoyorquina ha sobrevivido al encasillamiento, ha conquistado a crítica y público y ha demostrado que es posible triunfar sin renunciar a su intimidad. Dispuesta a seguir engordando el mito, este verano vuelve a los cines con ‘Jurassic World: El renacer’ y debuta como directora
Su primer pensamiento fue que jamás sería actriz. Antes incluso de tener edad para cursar la Secundaria, la niña neoyorquina que pasaba sus días entre clases de claqué, canto e interpretación, convenció a su madre para asistir a una reunión con un agente de actores. El representante, que ya llevaba a un amigo de su hermano mayor, la recibió, la escuchó… y se negó a representarla. Según bromeó Scarlett Johansson (Nueva York, 40 años) años después, quizá fue su voz grave y rasposa, de “fumadora empedernida y bebedora de whisky”, el motivo del desaire. “Lloré mucho. Estaba devastada. Pensaba que era el final de mi carrera”, recordaría en 2013 en una entrevista con Interview Magazine. Pero no se rindió. Consiguió la confianza de otro agente, debutó con nueve años en el cine y, con solo 12, el mismísimo Robert Redford alababa su madurez frente a la cámara en El hombre que susurraba a los caballos. Hollywood ya era suyo y jamás lo soltaría.
Tres décadas después, Johansson es quizá la estrella femenina más incontestable del cine actual, capaz de evaporar las diferencias irreconciliables entre el favor de los críticos y el cariño del público. A falta de la estatuilla que termine de apuntalar su legado —si es que a estas alturas la necesita—, en su currículo aparecen un buen puñado de los cineastas más alabados de nuestro tiempo (Allen, Coppola, Coen, Baumbach, Anderson, Jonze…) y puede presumir de ser la actriz más taquillera de la historia del séptimo arte gracias, sobre todo, a su participación en la saga de Los Vengadores. Un hito —solo superado por las cifras de Samuel L. Jackson— que seguirá creciendo estos días gracias a Jurassic World: El renacer, nueva entrega de la franquicia en la que da vida a la líder de una misión suicida entre dinosaurios y que apunta a inevitable taquillazo veraniego. Un papel que, según reveló en Vanity Fair, sacia su obsesión infantil por la película original de Spielberg: “Dormí durante un año en una tienda de campaña infantil de Jurassic Park en la habitación que compartía con mi hermana. Cada vez que se anunciaba una nueva película, se lo reenviaba a mis agentes con un: ‘Eh, estoy disponible”.
El rostro, la carrera, el glamur, el carisma, el misterio… Johansson es la última actriz en activo que podría encajar en el viejo molde de mitos del Hollywood dorado, uno forjado en el Tokio de Lost in Translation y que no conoce las malas rachas. Lo raro en ella es que su fama es producto íntegramente de su trabajo en la gran pantalla, ni hace contenido viral ni capitaliza su estado sentimental. Es de las pocas figuras que se ha negado a tener un perfil oficial en redes sociales con el que abrir una ventana a su intimidad y poder rentabilizar después en las lucrativas colaboraciones con marcas, y rechaza cualquier petición de fotos de fans fuera del contexto profesional. “La idea de ser reconocida y celebrada suena divertida, pero luego ya no puedes volver a meter al genio dentro de la lámpara. Hay una pérdida enorme en eso”, admitió en una entrevista con InStyle, calificando de “apreciadísimo” el anonimato de sus dos hijos: Rose, de 10 años, fruto de su matrimonio con el bailarín Romain Dauriac; y Cosmo, de tres, su hijo junto a Colin Jost, presentador del célebre Saturday Night Live y su pareja desde 2017.

Hoy Johansson no solo protagoniza, también produce, escribe y dirige. Este año ha debutado como cineasta en el Festival de Cannes con Eleanor the Great, una fábula sobre el duelo y la memoria, inspirada por su propia herencia judía. Protagonizada por la veterana June Squibb, de 95 años, la película sigue a una mujer que se apropia de una historia de supervivencia al Holocausto que no le pertenece.
Poco amiga de pronunciamientos grandilocuentes, la artista ha sido una presencia activa en movimientos como Time’s Up o Planned Parenthood —dedicado a la planificación familiar—, ha abogado por la igualdad salarial en Hollywood y puso en riesgo su carrera al enfrentarse a la todopoderosa Disney. En 2021, denunció al estudio por incumplimiento de contrato tras el estreno simultáneo en cines y en streaming de su película en solitario como heroína de Marvel, Viuda negra. El caso, ampliamente seguido por la industria, terminó resolviéndose a su favor con un acuerdo millonario, sentando un precedente sobre los derechos de los intérpretes en la era de las plataformas. Un año después, lanzó su propia firma de cosmética natural, The Outset, centrada en rutinas mínimas, productos inclusivos y una filosofía sostenible, alejada de los lujos estridentes.

Conseguir el predicamento unánime de los espectadores, que las páginas especializadas traducen en una fortuna superior a los 160 millones de euros, no ha sido fácil. El éxito de Lost in Translation —el plano inicial de su trasero provocó una ovación en el festival de Venecia—, La joven de la perla o Match Point la convirtieron, apenas recién alcanzada la mayoría de edad, en objeto de deseo recurrente, encasillándola en papeles de Lolita. Hasta acuñaron un nombre para el fenómeno: la “fiebre escarlata”. FHM, Playboy, GQ, Maxim… No había revista masculina que no la coronara como la mujer mássexi en el planeta y su carrera se resintió por ello, con directores como David Fincher negándole roles por ser “demasiado guapa”. “Los papeles que me ofrecían tenían ambiciones o arcos argumentales que giraban en torno a su atractivo, a la mirada masculina o a una historia centrada en los hombres”, corrobora, y se congratula de que la industria “haya cambiado” estos últimos años.
Desde niña, parecía tenerlo claro. En una entrevista con la revista W, recordó un viaje en avión junto a Laurence Fishburne, su compañero de reparto en Causa justa, cuando apenas tenía nueve años. Él le preguntó si quería ser “una actriz o una estrella”. “Ambas”, respondió ella. Fishburne le replicó: “Bueno, eso es algo que tendrás que decidir cuando seas mayor”. A tenor de lo visto, la decisión está tomada.
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