‘Caza de brujas’: Julia Roberts juega a ser cancelada en una confusa provocación a vueltas con el Metoo (**)

<p>Ya los títulos de créditos se despachan con el primer aviso. A los acordes de la música de jazz, sobre la pantalla en negro y por orden alfabético aparece el reparto de Caza de brujas en letras blancas Windsor Light Condensed. Si se googlea el nombre de la tipografía, tenemos, en efecto, a Woody Allen entero y verdadero; es decir, estamos delante de la forma exacta con la que el neoyorquino ha encabezado todas y cada una de sus 49 producciones. <strong>Una película que coloca la llamada cultura de la cancelación en el centro de su argumento arranca de este modo con una reverencia (eso es según admite el director) a, en efecto, un director cancelado.</strong> ¿Quiere esto decir algo? Algo sin duda.</p>

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 La última película del italiano utiliza la llamada cultura de la cancelación como escenario de una intriga de laboratorio empeñada con descaro en parecer más inteligente de lo que es  

Ya los títulos de créditos se despachan con el primer aviso. A los acordes de la música de jazz, sobre la pantalla en negro y por orden alfabético aparece el reparto de Caza de brujas en letras blancas Windsor Light Condensed. Si se googlea el nombre de la tipografía, tenemos, en efecto, a Woody Allen entero y verdadero; es decir, estamos delante de la forma exacta con la que el neoyorquino ha encabezado todas y cada una de sus 49 producciones. Una película que coloca la llamada cultura de la cancelación en el centro de su argumento arranca de este modo con una reverencia (eso es según admite el director) a, en efecto, un director cancelado. ¿Quiere esto decir algo? Algo sin duda.

Caza de brujas cuenta la historia de una profesora de filosofía en Yale (Julia Roberts) ante el dilema que, sí o sí, arruinará su vida: ponerse del lado de una alumna supuestamente brillante (Ayo EdebiriI) que acude a ella para denunciar la violación de un profesor (Andrew Garfield) o dudar de su testimonio porque es, por orden, amiga, compañera de trabajo, rival de cátedra y, finalmente, amante ocasional del profesor de marras. En verdad, todo es más complicado. La supuestamente agredida vive obsesionada con su profesora, con lo cual se desliza la sospecha de que todo el relato del abuso pueda ser simplemente una forma de llamar la atención de su ídolo. Pero hay más. El supuesto agresor se supone que desveló con anterioridad que la tesis de la alumna no era más que un plagio. Con lo que –una duda más– puede que la venganza también juegue algún papel. Pero hay más. La alumna conoce de repente y de forma casual el secreto mejor guardado de su maestra que no conviene desvelar, pero que, en efecto, tiene mucho que ver con la denuncia. Hay motivos y argumentos para que el párrafo sea aún más largo, pero aquí lo dejamos. Importa la mecánica de guion, del director y de la propia película. Y ésa no es otra que situar a cada personaje y al propio espectador al límite de sí mismo. Acosarlos, vamos.

Digamos que la estrategia es brillante. O cuanto menos absorbente. Irrita bastante, pero eso probablemente es signo de vitalidad. El guion firmado por la debutante Nora Garrett lo que hace es básicamente no dejar opción al acomodo. Todos los personajes merecen disculpa y castigo a la vez. Y todas las lecturas son posibles. Habrá quien lea una condena explícita a la cultura de la cancelación o quien entienda que la tesis de todo esto es que las dos formas de entender el feminismo –el de la veterana profesora y el de la joven estudiante– son sencillamente excluyentes. Habrá quien se enoje por la manera con la que la película enfrenta a mujeres con mujeres, y quien ondee la bandera de las denuncias falsas como coartada para lo suyo. Y digamos que todos tendrán razón y exactamente su contrario. Esa es, de hecho, la virtud de la propuesta de Guadagnino, pero, y esto es importante, su condena. La confusión, en efecto, acaba por devorarlo todo.

Pero si el desconcierto claramente orquestado molesta, cabrea aún más la pomposidad. En la primera media hora de la película aparecen citados de tirón Kierkegaard, Foucault, Heidegger, Hegel, Arendt y Freud. Falta Manolete, pero no descarto que se me pasara. Acto seguido se escuchan las expresiones «la existencia percibida de una moralidad colectiva», «descontento performativo» y «miradas panópticas». Y todo esto mientras el personaje de Roberts trae a colación Minima Moralia de Adorno mientras se hace una infusión. Y así. Por lo demás, buena parte de los giros de la trama son más tropiezos que verdaderos hallazgos. Que si una carta escondida en el wáter, que si una úlcera inesperada que provoca una catástrofe, que si Michael Stuhlbarg sobreactuando más allá de lo razonable…

Sí, Julia Roberts está imperial, pero se antoja imposible no salir de la película con unos claros síntomas de agotamiento ante una propuesta incapaz de decidir nada y, por ello, irritante hasta el extremo mismo de su infinita, calculada y grandilocuente confusión.

Dirección: Luca Guadagnino. Intérpretes: Julia Roberts, Ayo Edebiri, Andrew Garfield. Duración: 139 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.

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