<p>Al principio ‘Dumbai’ tiene un ritmo elegante de <i>dembow </i>que evoca la sensualidad pegajosa de la letra; luego empieza el rap, suave y lascivo, medio cantado, pero no rompe en un gran estribillo, sino en el rebote carnal del «dum dum dum dum dum» sobre una electrónica minimalista. En la siguiente canción, ‘Baby Gangsta’, también parecen cantar con susurros calientes, pero lo hacen sobre un ritmo acelerado que recuerda al <i>drum and bass </i>que tanto gusta en TikTok, aunque con ambiente de R&B y <i>neosoul</i>.<strong> ¿Qué extraña música es esta que combina tantas cosas distintas? </strong></p>
El irreverente dúo de Buenos Aires ha ofrecido esta noche en Madrid no solo un concierto formidable, sino la demostración del nuevo signo de los tiempos en la música de habla hispana. Canciones mutantes y libertinas hechas para sorprender
Al principio ‘Dumbai’ tiene un ritmo elegante de dembow que evoca la sensualidad pegajosa de la letra; luego empieza el rap, suave y lascivo, medio cantado, pero no rompe en un gran estribillo, sino en el rebote carnal del «dum dum dum dum dum» sobre una electrónica minimalista. En la siguiente canción, ‘Baby Gangsta’, también parecen cantar con susurros calientes, pero lo hacen sobre un ritmo acelerado que recuerda al drum and bass que tanto gusta en TikTok, aunque con ambiente de R&B y neosoul. ¿Qué extraña música es esta que combina tantas cosas distintas?
El mejor ejemplo de cómo está evolucionando la música latina en el último año está en las canciones de Ca7riel y Paco Amoroso. Bueno, en las canciones y en la forma burlona de interpretarlas y en su ropa grotesca y en esta puesta en escena que no se toma nada en serio y en la actitud de provocación continua: en definitiva, en todo lo que hace el irreverente dúo de Buenos Aires, que esta noche en Madrid ha ofrecido no solo un concierto formidable, sino que ha mostrado el nuevo signo de los tiempos en la música de habla hispana. Canciones mutantes y libertinas hechas para sorprender.
La música latina ya no es solo ese imperio del reggaetón que hemos conocido durante más de una década, sino una mezcolanza de sonidos y estéticas en la que se combinan tradiciones y moderneces y mil y una historias. Y ahí es donde entran a saco Ca7riel y Paco Amoroso, tan rupturistas, tan posmodernos, tan chulazos, con el esfuerzo consciente y continuo de rechazar clichés y evitar tópicos por sistema. La intuición es un don y ellos han captado de manera clarividente lo que necesitaba escuchar el mundo en este momento justo.
Escuchen si no esa especie de balada atmosférica llamada sensualmente ‘Sheesh’, que planea como una ave marina en un día soleado hasta que se transforma en una gorrinada («Tu culo es un postre, no tengo cuchara») con ritmo ‘house’ de madrugada. También desemboca en el ‘house’ 4X4 ‘El único’, aunque al principio parece una lujuriosa balada de ‘trap’ con la textura del terciopelo rojo y luego el deseo termine en un desengaño bailado dando saltos (fue el final del show). Para baladón memorable tienen ‘Pirlo’ y ‘Mi diosa’ es más afrobrasileña y tiene arreglos de electrofunk, aunque si se prefiere la electrónica experimental, ‘La que puede’ alcanza en disco el punto industrial en el que suele manejarse Arca, con un ritmo sincopado muy nervioso e inestable, pero en directo ha sonado también como un torbellino afrolatino. Y así cada canción, todo con una banda fina, fina de nueve músicos que ha clavado cada nota y enriquecido cada arreglo
Ca7riel y Paco Amoroso pasaron la infancia y la adolescencia formándose en la música y empezaron tocando rock a la manera argentina, con ese gusto por el virtuosismo y la emoción. Aquellos chicos formados cayeron deslumbrados por el rap y se partieron los dientes en las batallas del Quinto Escalón. Después avanzaron como tantos otros hacia el trap, pero al contrario que muchos de sus compañeros de generación en Buenos Aires, de improviso publicaron un primer disco que es una rebelión contra todos los estereotipos y tópicos del trap, del rap, del rock y hasta de ser latino. ‘Baño maría’, ese álbum tan vanguardista como divertido, fue una de las revelaciones de 2024, y también ha sido la columna vertebral de su concierto de anoche en el Movistar Arena de Madrid, lleno con casi 17.000 personas que han bailado liberadas de todo pudor desde la pista hasta la última fila de la grada (hace solo medio año actuaban en la sala But para un millar de personas).
El sofisticado dúo argentino alcanzó la fama en octubre con su participación en la serie de grabaciones casuales de la radio pública de EEUU, la serie ‘Tiny Desk’ de la NPR. Su chisposa actuación fue recibida como una revelación por la modernez global, que viralizó las canciones como si fueran la fantasía luminosa que necesitaba la música latina.
«¿Y ahora qué vamos a hacer?/ El Tiny Desk me jodió/ Si yo no sé ni cantar/ Y yo no sé ni rapear», cantan ahora en Impostor’, una de sus cuatro nuevas canciones, compuestas tras su triunfo global y publicadas hace un par de meses en el EP ‘Papota’. «La disquera está vendiéndome humo/ No nos merecemos ser los número 1/ Salimos primeros cuando buscan en Google/ Y eso que venimos desde el culo del mundo», entonan sobre una descarga de jazz latino que culmina en un coro de disco-funk florido.
Durante el concierto tocan las cuatro nuevas canciones del EP, entre las que destaca ‘El día del amigo’, otro funk molón al estilo amable entre Bruno Mars y Boney M, pero con la ironía algo payasa que se filtra en casi todo lo que hacen Ca7riel y Paco Amoroso, siempre dispuestos a provocar e incluso a incordiar: la cantaron en el bis junto a un grupo de ocho culturistas en gayumbos negros, la gente como loca bailando y riendo.
También recuperan algunas de sus canciones prepandemia, como ‘Ola mina XD’ y ‘Cono hielo’, primeros experimentos con la electrónica gruesa desencadenados en un final loquísimo, o la ‘BZRP Music Session’ de Paco Amoroso, que fue la tercera que grabó Bizarrap, en lo que parece que fue hace un siglo y solo han pasado seis años.
Así que con tanta mezcla y tanta excentricidad, lo que hace el carismático dúo es renunciar a una identidad. ¿Es eso algo malo? En absoluto. No significa que no tengan una personalidad propia y diferencial, que les va chorreando sobre el escenario, sino que no son esclavos de una esencia de la que deban enorgullecerse ni de una fórmula a la que rendir fidelidad. Que ridiculicen tan a menudo los mecanismos de la industria de la música no es casual.
Cultura