<p>Huele a festival. Parece un festival. ¡Es un festival! Bienvenidos a The Queue, la más rara entre las raras tradiciones de Wimbledon, la cola que cada día se genera para conseguir una entrada. Desde la medianoche anterior, miles de personas acampan con sus tiendas en el parque que hay justo enfrente del All England Club para comprar uno de los 500 <i>tickets</i> disponibles para la pista central, de los 500 <i>tickets</i> para la pista 1, de los 500 <i>tickets</i> para la pista 2 o simplemente para comprar uno de los pases al recinto. Los primeros pagarán entre 115 euros y 400 euros y los precios irán bajando hasta los 30 euros del <i>ground pass</i>. ¿Parece sencillo? Pues no, no lo es.</p>
‘The Queue’, la cola que organiza cada día el Grand Slam para su venta de entradas, es una tradición que obliga a los aficionados a estar horas a la intemperie.
Huele a festival. Parece un festival. ¡Es un festival! Bienvenidos a The Queue, la más rara entre las raras tradiciones de Wimbledon, la cola que cada día se genera para conseguir una entrada. Desde la medianoche anterior, miles de personas acampan con sus tiendas en el parque que hay justo enfrente del All England Club para comprar uno de los 500 tickets disponibles para la pista central, de los 500 tickets para la pista 1, de los 500 tickets para la pista 2 o simplemente para comprar uno de los pases al recinto. Los primeros pagarán entre 115 euros y 400 euros y los precios irán bajando hasta los 30 euros del ground pass. ¿Parece sencillo? Pues no, no lo es.
«Es verdad, esto es un festival. Piensa que para entrar a la pista central tienes que llegar antes de las dos de la madrugada. Yo he venido con el primer metro, estoy aquí desde las seis, pero si no consiguiera entrada me daría igual. Disfruto de la experiencia», cuenta a EL MUNDO Katie Williams, que vive al norte de Londres y lleva ya ocho años haciendo la cola. Son las 10 de la mañana, tiene el número 3134 y está cerca de alcanzar la taquilla. Ha traído una bolsa de picnic con un termo de café, sándwiches y patatas de bolsa, pero con su amiga Lydia y unas chicas que van por detrás ya han abierto un vino blanco. El proceso podría simplificarse con una cola virtual en la web de Wimbledon, pero dónde quedaría el vino blanco. The Queue tiene fiesta, tiene tradición y también tiene elitismo.
El Grand Slam, al fin y al cabo, es un espejo de la sociedad. «¿Por qué hay tantos asientos vacíos este año en Wimbledon?», se preguntaba el diario Metro esta semana y la conclusión no podía ser más sencilla: porque está pegando el sol. En esta edición las temperaturas han alcanzado los 34 grados, máxima inaudita en Londres, algunas gradas no tienen cubierta y los dueños de las mejores entradas prefieren estar a la sombra bebiendo prosecco en el Village. Han pagado 92.000 euros por una de las 2.500 ‘debentures’, un abono doble para cinco años, pero eso no les obliga a presenciar todos los partidos. Quienes no suelen fallar son los afortunados que han podido comprar entradas por internet en el sorteo público que se realiza en febrero -o que han pagado un dineral en la reventa ilícita-, los esforzados que han sacado uno de las 500 entradas en The Queue después de horas a la intemperie y por supuesto los que vienen de la reventa oficial.
Porque sí, aquellos que han adquirido un ground pass al All England Club por 30 euros pueden apuntarse en la entrada al resale y acceder en otra cola -en este caso virtual- para recomprar un ticket. Cuando un espectador se va antes de que acabe un partido, su asiento se pone a la venta a través de una app por sólo 17,50 euros. Si queda un partido por jugarse estás de suerte; si falta un set, magnífico; si resta sólo un juego, también bien. «El año pasado conseguí ver tres juegos de Alcaraz en la pista central», celebra Williams que hace una mueca cuando el periodista, tan desconsiderado, pregunta si no sería más fácil vender todas las entradas por internet y santas pascuas.
«Posiblemente es verdad eso que a los ingleses nos gusta hacer cola», acepta ante la misma cuestión James Mendelssohn, el jefe de los ‘stewards’ que controlan The Queue con tanta educación como rectitud. Son muy amables, muy polite, pero si alguien se pasa con el alcohol será expulsado, igual que si se excede con el tiempo de descanso. Cada aficionado en The Queue cuenta con media hora de asueto para ir al baño o a comprar comida y las cafeterías más cercanas están a 15 minutos a paso ligero, al lado de la estación de metro de Southfields. Normalmente no hay incidentes, aunque a las seis de la mañana se nota la tensión.
A esa hora los que han pernoctado deben recoger sus tiendas de campaña y el resto de enseres, dejarlos en los diferentes guardarropa y ponerse a hacer cola de pie. Más de una vez, y más de 100, son los propios stewards quienes deben despertar a los acampados. «Hay gente que adora ser parte de la cola, amigos que vemos cada año. La cola forma parte de Wimbledon, de la emoción por venir aquí a ver tenis. Es parte de la experiencia y todos queremos que la experiencia sea positiva», cuenta Mendelssohn, que asegura que este año, con el buen tiempo, sin lluvia, las colas están siendo bastante largas, pero que el proceso se seguirá haciendo por los siglos de los siglos. En su web, de hecho, Wimbledon celebra «seguir siendo uno de los pocos eventos deportivos importantes en los que es posible comprar entradas premium el mismo día del partido». Y tiene razón. Aunque el coste es acampar toda la madrugada y pasar horas y horas de pie en una cola. Es The Queue. ¡Es un festival!
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