Alberto Rodríguez: «Es la incultura mezclada con la desinformación la que puede hacer pensar que la dictadura trajo algo bueno»

<p>La nueva película de <strong>Alberto Rodríguez (Sevilla, 1971)</strong> no trata de la Transición con T mayúscula. Lo hace de otras transiciones, pero no la de siempre. Y esto, la verdad, es noticia. Una primicia matizada, digámoslo así, porque su nueva serie, sí lo hace. <i>Los Tigres,</i> con Bárbara Lennie y Antonio de la Torre, es una historia de hermanos y de buzos, de dramas y de thrillers, de culpas y expiaciones. Y es la película. <i>Anatomía de un instante, </i>según la novela-ensayo de Javier Cercas, es, en efecto, la meticulosa reconstrucción en cuatro capítulos de lo sucedido en el golpe de Estado del 23-F. Y es la serie. Sea como sea, una y otra vuelven a reflexionar sobre la memoria, sobre la memoria colectiva y sobre la memoria de una familia atrapada en unos demonios tan únicos y personales que bien podrían ser los de todos. Pocos directores, de hecho, tan conscientes de la memoria sobre la que se levanta el tiempo que habitamos como Alberto Rodríguez. Desde muy temprano, su filmografía se hizo fuerte en la parte de atrás de la historia oficial de la modélica Transición que nos vendieron y que de forma entusiasta compramos. <i>Grupo 7</i> discurría por el otro lado del muro que levantó la Expo para separar lo que convenía que se viera de lo que no; <i>La isla mínima</i> se detenía en un rincón perdido del sur varado para siempre, y sin transiciones, en una barbarie tan profundamente española que se diría eterna;<i> El hombre de las mil caras</i> arrojaba luz de forma casi violenta sobre el cuento mal contado del Estado y sus otras cosas, sus desagües, y <i>Modelo 77</i> se encerraba literalmente en la cárcel de Carabanchel con la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), el colectivo borrado de los libros de historia que peleara por la amnistía. Sea como sea, si consideramos su película, la más ambiciosa de toda su carrera, como un punto de ruptura con su filmografía anterior, bien podría ser definida como una película de transición. Y así, transición por Transición, Alberto Rodríguez es ahora mismo y siempre un director en tránsito, transitivo y hasta transaccional.</p>

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 El director estrena Los tigres, su película más ambiciosa, a pocas semanas de presentar la adaptación en formato miniserie de Anatomía de un instante, la obra de Javier Cercas sobre el golpe de Estado del 23-F  

La nueva película de Alberto Rodríguez (Sevilla, 1971) no trata de la Transición con T mayúscula. Lo hace de otras transiciones, pero no la de siempre. Y esto, la verdad, es noticia. Una primicia matizada, digámoslo así, porque su nueva serie, sí lo hace. Los Tigres, con Bárbara Lennie y Antonio de la Torre, es una historia de hermanos y de buzos, de dramas y de thrillers, de culpas y expiaciones. Y es la película. Anatomía de un instante, según la novela-ensayo de Javier Cercas, es, en efecto, la meticulosa reconstrucción en cuatro capítulos de lo sucedido en el golpe de Estado del 23-F. Y es la serie. Sea como sea, una y otra vuelven a reflexionar sobre la memoria, sobre la memoria colectiva y sobre la memoria de una familia atrapada en unos demonios tan únicos y personales que bien podrían ser los de todos. Pocos directores, de hecho, tan conscientes de la memoria sobre la que se levanta el tiempo que habitamos como Alberto Rodríguez. Desde muy temprano, su filmografía se hizo fuerte en la parte de atrás de la historia oficial de la modélica Transición que nos vendieron y que de forma entusiasta compramos. Grupo 7 discurría por el otro lado del muro que levantó la Expo para separar lo que convenía que se viera de lo que no; La isla mínima se detenía en un rincón perdido del sur varado para siempre, y sin transiciones, en una barbarie tan profundamente española que se diría eterna; El hombre de las mil caras arrojaba luz de forma casi violenta sobre el cuento mal contado del Estado y sus otras cosas, sus desagües, y Modelo 77 se encerraba literalmente en la cárcel de Carabanchel con la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), el colectivo borrado de los libros de historia que peleara por la amnistía. Sea como sea, si consideramos su película, la más ambiciosa de toda su carrera, como un punto de ruptura con su filmografía anterior, bien podría ser definida como una película de transición. Y así, transición por Transición, Alberto Rodríguez es ahora mismo y siempre un director en tránsito, transitivo y hasta transaccional.

Se diría que se encuentra en un momento de cambio y, a la vez, de culminación de toda su filmografía…
Imagino que me voy haciendo mayor, pero no hay ni ha habido nunca un plan. La película es un proyecto muy personal y la serie, tengo que reconocerlo, es un encargo de Movistar Plus+. De hecho, como se trataba de otra vez la Transición, mi primera reacción fue decir que no. Lo que ocurre es que luego leí la novela de Javier Cercas y me fascinó. Me convenció, sobre todo, la construcción de la ficción pequeña o personal con los materiales de la historia con mayúsculas. Me imaginaba cada secuencia según iba leyendo.
Empecemos por Los Tigres, que se estrena antes. ¿Qué le lleva a una historia tan peculiar de buzos?
Todo empezó porque veraneo cerca de la zona donde se rodó, en el complejo de refinerías, el Polo Químico, del sur de Huelva. Es un enclave alucinante de ciencia ficción. Además, quería hacer un drama sobre el lugar que ocupa una mujer en un universo de hombres.
De hecho, cuesta encontrar a mujeres en su cine. Hay que remontarse a After, a 2009. ¿Se sentía en deuda de alguna manera?
Algo de eso había. Mi pareja es la productora Manuela Ocón y tiene muy estudiada la gestión del tiempo por géneros. Su tesis doctoral trata sobre este asunto. Digamos que en mi familia es un tema que está constantemente sobre la mesa. Incluso mis hijos lo tienen muy claro. Por otra parte, cuesta encontrar mujeres en el cine de género y, de hecho, el primer thriller que me viene a la mente con una mujer protagonista es Fargo, de los Coen. No hay tantos. Sí, era un poco una deuda pendiente.
¿Diría que esta es la menos política de sus películas?
Hay política también, pero de forma sutil. De entrada, contar la propia vida de los buzos atiende a un relato político. Se juegan la vida todos los días y viven sometidos a una precariedad laboral terrible. Nos contaron casos espeluznantes de accidentes laborales que desembocaban en muerte instantánea. Y es inaudito porque el 80% de todas las mercancías que se mueven en el mundo lo hacen por barco. El nivel de necesidad de esta profesión es increíble y, pese a ello, es un oficio completamente desconocido y del que apenas se habla. Es un trabajo durísimo y sometido a un estrés constante con tasas de mortalidad mayores que en la minería.
Me refería a otro tipo de política.
Todas las películas son siempre cine social bien por lo que dicen o por lo se callan. Hasta la más inocente película de aventuras tiene un mensaje político.
Antonio de la Torre y Bárbara Lennie en Los Tigres.
Antonio de la Torre y Bárbara Lennie en Los Tigres.
Ahora una pregunta política: ¿Cuánto y cómo debe de revisarse la historia reciente de España?
La historia está ahí para ser revisada una y otra vez. Lo que más me impresionó de la lectura del libro de Cercas es, precisamente, no tanto la revisión de los hechos como de los personajes. Especialmente interesante es el retrato de los grandes protagonistas que son a la vez los dos grandes perdedores. Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, por lo que fuera, por personalismo o por compromiso, estaban convencidos de que iban a ser reconocidos como los dos grandes líderes, los grandes estadistas, y, sin embargo, han sido barridos por la historia. Pero, sea como sea, y por eso el valor de revisar a los personajes, lo que queda es el esfuerzo titánico que hicieron por entenderse viniendo como venían de los extremos del espectro político y cada uno con un pasado muy comprometido. Y eso es algo que se echa mucho de menos en la política actual.
Se refiere a la polarización actual, entiendo.
Vivimos un momento inexplicable y completamente en retroceso. Si algo define el momento actual es la incapacidad manifiesta de la clase política a siquiera sentarse en una mesa a hablar de cualquier tema. La política no es ni puede ser esto que está pasando ahora mismo. Todo se ha simplificado hasta unos extremos muy preocupantes. Por eso, y vuelvo a lo de antes, es también importante revisar la historia para darnos cuenta de que la política es, en efecto, importante y que lo fue en momentos muy complicados. Y que las instituciones, ahora tan degradadas, cumplen una función básica. Contemos y recordemos esa parte porque me la da impresión que es una absoluta novedad para mucha gente.
Cada capítulo de la serie está dedicado a un personaje (Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, Manuel Gutiérrez Mellado y Antonio Tejero). ¿Cuál de ellos le ha sorprendido más?
Quizá al que menos conocía era a Gutiérrez Mellado. Pero me parece especialmente interesante recuperar la figura de Carrillo. Es increíble que con lo que hizo este hombre y con lo que significó el PCE en el exilio en su lucha contra la dictadura, estemos en un momento en el que comunista sea un insulto. Quizá hay que repensar todo de nuevo para que palabras como comunismo, libertad o España recobren un significado que ahora mismo se encuentra desplazado. Por otra parte, la personalidad camaleónica de Suárez resulta fascinante. Cuando se reunía con falangistas, estos acababan convencidos de que era uno de los suyos. Pero si comía con un comunista, ocurría lo mismo.
Manolo Solo como Gutiérrez Mellado y Álvaro Morte como Suárez en un momento de Anatomía de un instante.
Manolo Solo como Gutiérrez Mellado y Álvaro Morte como Suárez en un momento de Anatomía de un instante.
La figura del Rey está muy alejada del estereotipo para bien y para mal…
Lo que no quería bajo ningún concepto es reproducir el cliché del rey campechano. Fue un hombre de Estado. Hay muchas cosas que van a sorprender. Como ver a Suárez haciendo el saludo falangista con un taconazo. Por lo demás, y volviendo al Rey, seguimos la tesis del libro. Según la lectura de Cercas, él no intervino en el golpe. Luego ha habido otras interpretaciones. En cualquier caso, lo más relevante a mi juicio es que todo el mundo sabía que el golpe iba a ocurrir. Y eso es una evidencia. Lo más llamativo es que todos se hicieron los sorprendidos cuando está más que demostrado que fue un golpe telegrafiado por anticipado.
¿Qué le pasa por la cabeza cuando lee que, según el CIS, el 21% de los españoles cree que la dictadura fue buena?
Me quedo estupefacto. Hay una cosa muy curiosa, y que recuerda el propio Cercas: en el Reino Unido el 45% de la población cree que Winston Churchill es un personaje de ficción. La historia si no se recuerda, se olvida. Es la incultura mezclada con la desinformación la que puede hacer pensar que la dictadura trajo algo bueno. Basta conocer un poco el pasado para eliminar la posibilidad de que la ultraderecha llegue nunca al poder. Es muy mala idea.
¿Cree que la serie servirá para renovar el debate?
Ojalá. Me conformaría con que la serie sirviera para iluminar y recordar lo mucho que costó construir la democracia. Se puede considerar y creer que es imperfecta, revisable y mejorable, pero es lo que nos ha permitido vivir el tiempo más brillante de la historia de España. Y esto es importante. Ahora que ya no hay debate sino solo confrontación, estoy convencido de que muchos políticos se avergonzarán de sí mismos cuando se vean dentro de unos años.

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