<p>Inventar la serie de novelas de Robert Langdon en el cambio de siglo debió de ser para Dan Brown como dar con la fórmula del refresco de cola que no hace falta nombrar: los ingredientes están en una etiqueta delante de todo el mundo, dispuestos para ser <strong>replicados mil veces </strong>en cualquier lugar, pero hay algo que se nos escapa. </p>
El autor de ‘El Código Da Vinci’ lleva a Praga su eterna lucha entre el conocimiento y el misterio en la sexta novela de su serie, ‘El último secreto’.
Inventar la serie de novelas de Robert Langdon en el cambio de siglo debió de ser para Dan Brown como dar con la fórmula del refresco de cola que no hace falta nombrar: los ingredientes están en una etiqueta delante de todo el mundo, dispuestos para ser replicados mil veces en cualquier lugar, pero hay algo que se nos escapa.
El último secreto, la sexta novela de Langdon (Planeta, ya en las librerías de todo el mundo) tiene todos los componentes de la fórmula: tiene, para empezar, un escenario geográfico bonito a más no poder, un poco brumoso y teatral en su descripción literaria. Esta vez, la ciudad es Praga, retratada en sus tesoros barrocos pero también en sus ruinas socialistas.
«Praga fue durante mucho tiempo la capital mística de Europa. Los cabalistas y los magos venían todos a Praga a intentar comunicarse con el más allá«, explicó Brown esta mañana en la ciudad checa, en la lujosa presentación de la novela en Europa.
El último secreto también tiene el otro escenario, el escenario intelectual en el que siempre se ha movido Brown. O sea: la frontera entre la ciencia convencional, la ciencia apócrifa y el mundo de las creencias, entre la explicación racional del mundo y la realidad que la ciencia no entiende e ignora. En esa tensión se mueven sus personajes, escépticos y creyentes que intercambian sus papeles y chocan contra un poder oculto que preferiría mantener algunas zonas de sombra.
Robert Langdon es el escéptico. Katherine Solomon, su pareja de baile en la novela, es la mujer que quiere creer. Y, a su alrededor, aparece el elenco clásico de Brown: la bestia homicida al estilo del Silas de El Código Da Vinci, que aquí es el Gólem, cómo no; la villana que en realidad es en parte es víctima; el jefe de la villana que mueve los hilos y que es odioso sí, pero que también tiene una razón moral llamada razón de Estado.
No es extraño, por tanto que El último secreto también tenga una subtrama que remite a la Guerra Fría, a las agencias de espionaje y a las teorías del Estado profundo… La novela ocupa 820 páginas en su edición española y, de alguna manera, es una mezcla entre Expediente X y aquellas guías de viajes de El País Aguilar en las aparecían minuciosamente dibujados el Castillo de Praga y el Puente de Carlos. Se lee como si no hubiera otra cosa que hacer en la vida.
Y un dato más: Langdon y Solomon son amantes. «Es que la ficción imita a la realidad y yo soy un hombre enamorado«, dijo ayer Dan Brown.
La realidad está detrás de ficción, sí: «Perdí a mi madre hace siete años, murió de leucemia», contó Brown. «Y, como todo el mundo, me pregunté qué pasaba cuando morimos. Esa pregunta nos une a todos. Mi respuesta entonces era que nada, que la vida se acababa y que las personas muertas son como ordenadores desenchufados. Ocho años después, después de leer mucho sobre el tema, creo que la conciencia sobrevive al cuerpo y que esa es una idea muy emocionante. Y, a la vez, me sigo considerando una persona escéptica».
De eso ha ido siempre Dan Brown, ¿no? De asomarse al misterio de la vida desde los marcos de la ciencia. Recordemos: la serie de Robert Langdon nació en el año 2000 con el lanzamiento de Ángeles y demonios. En 2003 llegó El Código Da Vinci y cambió el molde de lo que era un best seller global. Siguieron El símbolo perdido, Infierno y Origen, ambientada en España. Las seis novelas son independientes pero están ligadas. Katherine Salomon, la científica de El Último Secreto había aparecido en El símbolo perdido. Y su campo de investigación, la noética, el estudio de la conciencia humana, es el que Brown ha rondado en todas sus novelas.
«Ciencia y religión son dos lenguajes diferentes que intentan contar la misma historia. Muchos científicos, a medida que progresan en su conocimiento, empiezan a sonar como místicos porque llegan hasta el límite de su ciencia. Tratan de contestar a preguntas que se nos escapan. A cambio, la religión nos da consuelo, pero también es problemática porque nos pone ante el problema de la literalidad de la lectura».
Katherine Salomon es la científica que lleva hasta el límite la teoría de que la conciencia no es algo concreto que está en algún rincón del cerebro de las personas sino que es una red de significados externos a nuestros cuerpos. Esos nodos nos unen a través de presagios, revelaciones místicas y momentos de telepatía, de todas esos momentos que ocurren y no podemos explicarnos. ¿Qué ocurre en El último secreto? Que Salomon está a punto de demostrar esa teoría y por eso se convierte en un peligro para los poderes que gobiernan el mundo.
¿Le persigue la CIA?, le preguntaron a Brown en Praga. «No, que yo sepa», contestó.
El lanzamiento de El Último Secreto ha sido el propio de una superproducción de cine. Dan Brown apareció en la Capilla de los Espejos ante una multitud de editores, libreros y periodistas. Fue recibido con una pieza barroca de órgano y luego con una ovación y el alcalde de Praga le entregó las llaves de la ciudad. Brown se lo tomó con humor y después tomó el micrófono. Dijo que llegó a tener un millón de palabras escritas y que se pone a escribir todas las mañanas a las cuatro. Dijo que la serie de televisión sobre Robert Langdon que está en marcha cuenta con su bendición y que es un optimista «no religioso» en lo que tiene que ver con la conciencia. En su opinión, muy pronto, «en menos de cinco años, la ciencia podrá por fin entender lo que es la conciencia».
«¿Es un optimista? Si el mundo está hecho un desastre», le preguntó alguien. «El mundo parece que está hecho un desastre, pero no estoy seguro de que lo esté», contestó Brown. «Miramos al mal y al preligro porque todo lo oscuro siempre atrae nuestra mirada. Nuestras mentes se enfocan en todo lo que va mal. Pero es importante importante relativizar los enormes horrores que sí, existen y pensar en el amor y la paz que ocupan gran parte del mundo. El 99% de lo que pasa en el mundo es positivo«.
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