El oro de María Pérez en el Mundial: el «¡vaffanculo!» de su amiga, la crisis de las esponjas y una cena como celebración

<p>Un, dos, tres, un pasito pa’lante, María. Tanta era su alegría, tan superior al resto se mostró, que <strong>María Pérez</strong> pudo marcarse unos pasos al ritmo de<strong> Ricky Martin </strong>en la meta de los 35 kilómetros marcha del Mundial de Tokio para celebrar su oro, el tercero de su carrera. Ningún otro atleta español ha ganado tantos —<strong>Abel Antón</strong> y <strong>Álvaro Martín</strong> lograron dos—, pero, sobre todo, ningún otro lo hizo con tanta facilidad.</p>

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 La marchadora ganó este sábado en los 35 kilómetros su tercer oro planetario en unas condiciones muy complicadas y con mucha autoconfianza  

Un, dos, tres, un pasito pa’lante, María. Tanta era su alegría, tan superior al resto se mostró, que María Pérez pudo marcarse unos pasos al ritmo de Ricky Martin en la meta de los 35 kilómetros marcha del Mundial de Tokio para celebrar su oro, el tercero de su carrera. Ningún otro atleta español ha ganado tantos —Abel Antón y Álvaro Martín lograron dos—, pero, sobre todo, ningún otro lo hizo con tanta facilidad.

«¡Vaffanculo!», le gritaba, en broma, la italiana Antonella Palmisano al salir en silla de ruedas del Estadio Olímpico, mientras Pérez hablaba en la zona mixta fresca como una rosa. Son amigas y compañeras de entrenamientos; se acababan de abrazar en la meta para celebrar su doblete —Palmisano fue segunda—, pero la diferencia entre ambas había sido abismal. Pérez acabó más de tres minutos antes que Palmisano, la única que respondió a su violento ataque en el kilómetro 22. De hecho, la española terminó por delante de casi 30 hombres. «Ahora me veis muy bien, pero cuando me siente, la cosa cambiará», confesaba.

Y es que Pérez danzó como si nada en el infierno del verano tokiota. Hace cuatro años, en los Juegos Olímpicos, la organización llevó las pruebas exteriores al frío norte de Japón para evitar lo que ocurrió este sábado: vahídos, vómitos y muchos, muchos abandonos. A primera hora de la mañana, antes de la salida, los voluntarios ensayaban cómo se iban a llevar a las marchadoras en camilla en cuanto fueran cayendo. Por entonces, los medidores ya marcaban 27 grados y un 80 % de humedad. Pérez apareció en el calentamiento con una chaqueta con ventiladores, cedida por su marca, Asics, y luego marchó como si nunca la hubiera necesitado.

En los primeros kilómetros, pese a recibir una tarjeta, controló el demarraje de la peruana Kimberly García León y después rompió el grupo cuando quiso. Hubo un momento en el que su entrenador, Jacinto Garzón, se quedó sin esponjas para reducir la temperatura de su cuerpo, y a ella le dio exactamente igual. «Otra botella, dame otra botella», pedía en el avituallamiento con tranquilidad. «Siempre pienso que no hay nadie mejor que yo, que voy a ganar a todas, pero igualmente ha sido una carrera dura. Veía que las rivales iban cayendo, que sufrían rampas, y yo llevaba un poco de miedo, pero en todo momento me he encontrado bien», analizaba Pérez.

KIYOSHI OTAEFE

A lo largo de la temporada se había preparado específicamente para lo que vendría. Tanto en la altitud del CAR de Font-Romeu como en el de Sant Cugat se encerró en la cámara térmica para hacer bicicleta estática a temperaturas extremas. En una sesión llegó a colocar el termostato a 35 grados y un 80 % de humedad. Una barbaridad. Además, pidió ser la primera española en llegar a Tokio, hace ya casi dos semanas, para acostumbrarse al máximo al ambiente. La apuesta salió bien.

«Y ahora, a recuperarme para los 20 kilómetros [del próximo sábado]. Normalmente se hace al revés, primero la distancia corta y luego la larga, y creo que esta vez eso será decisivo. Intentaré estar ahí, pero soy clara y sincera: será difícil», anunciaba la marchadora, quitándose presión, aunque nadie duda de que volverá a ser la favorita.

Más allá de su velocidad, está su madurez. Cuando debutó con España hace una década, Pérez vivía las competiciones con ansiedad y en ocasiones acababa destrozada por los nervios. Ahora todo es distinto: rebosa confianza. «Soy una María diferente por lo que tengo. Aún siento nervios; anoche tuve que tomarme dos melatoninas. Pero estoy más tranquila. Aprendí mucho del torbellino de situaciones que viví el año pasado [se divorció y se lesionó antes de los Juegos Olímpicos de París]. Estoy en paz conmigo misma. Es muy complicado estar así y ahora tengo que disfrutarlo», proclama quien guardó el champán para cuando acaben los 20 kilómetros del Mundial, pero igualmente se dio un capricho.

La celebración de su oro pasó por irse a un restaurante cercano al hotel Shinagawa Palace, cuartel general de la selección española en Tokio, y pedirse sushi y carne japonesa. «Lo siento mucho por mi entrenador, pero me merezco una cena fuera», finalizó, ya convertida en la atleta más laureada de la historia de España.

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