<p>Una pregunta sobrevolaba el ambiente. La duda se agarraba al estómago, como un mal presagio. Pero se notaba en la mirada de los fieles que asistieron a la primera de las dos paradas que <strong>AC/DC</strong> hará en España, ambas en Madrid: ¿Y si…? Y ahí lo dejamos, no vayamos a ser gafes.</p>
La banda australiana incendia a más de 55.000 fans en un primer show que demostró que la edad es solo un número
Una pregunta sobrevolaba el ambiente. La duda se agarraba al estómago, como un mal presagio. Pero se notaba en la mirada de los fieles que asistieron a la primera de las dos paradas que AC/DC hará en España, ambas en Madrid: ¿Y si…? Y ahí lo dejamos, no vayamos a ser gafes.
Esa sensación desapareció tras el primer riff de guitarra. Una nota, la de If You Want Blood (You’ve Got It), que anunciaba que los más de 55.000 fans que llenaban al Metropolitano -otro día hablaremos de la acústica de este recinto- se iban a subir a una montaña rusa de esas que te cogen y no te sueltan hasta el final. Un viaje de más de dos hora de puro rock and roll.
Algunos dirán que los miembros de AC/DC están mayores. Cierto que tres de sus miembros, Stevie Young, Angus Young y Brian Johnson -al que le parecía costarle llegar en más de una canción- ya no pagan por subir al bus, y que los nuevos integrantes de la gira, Chris Chaney al bajo y Matt Laug a la batería, no son precisamente jóvenes promesas. Pero aun así se encargan de demostrar que la edad es solo un número. Porque esto no va de destrozar el Strava en el escenario. Va de cantar y tocar y eso lo clavan.
Mención aparte merece Angus, un auténtico extraterrestre que lleva el peso del show. Apenas mide 1.60, pero desborda el escenario con su energía. Solo tiene de septuagenario el pelo, ya cano, y su figura, un poco más enjuta. Sigue con su uniforme de colegial, en esta ocasión de color rojo, su gorra amarilla, su corbata y su eterno baile del pato por la pasarela mientras rasguea la guitarra. Un dios del rock.
El particular Siete Picos en que se convirtió la noche comenzó a coger velocidad con Back in black, primera de las canciones homenaje a Bonn Scott, Demon Fire y Shot Down in flames, tres temas que abonaban el terreno para Thunderstruck, un himno intergeneracional, tocado en esta ocasión un poco más lent0 de lo habitual, que provocó un chute de adrenalina entre mayores y jóvenes, muchos ataviados con los clásicos cuernos rojos (a 20€ el par), y que la banda coloca estratégicamente en el setlist.
Con el subidón corriendo todavía por las venas, llegan más homenajes a Scott, cuyos temas se van alternando con los de Brian Johnson. Have a drink on me, Hells Bells y su mítica campana acompañada de un oe, oe del público, Shot in the dark y la infravalorada Stiff upper lip, vuelven a servir de in crescendo para pillar la rampa más empinada del concierto.
Da igual cuantas veces la hayas escuchado, si la llevas de tono del móvil o la has oído a decenas de bandas tributo. Los dos primeros acordes de Highway to hell ponen la piel de gallina y hacen temblar los sismógrafos de la capital. La descarga es tan brutal que es humanamente imposible bajarse de una vagoneta que te lleva directo al infierno. Pero quién querría bajarse de un viaje con destino «a la tierra prometida».
Los siguientes temas, con Angus ya completamente desatado, tocando hasta con la corbata, son las típicas curvas de la montaña rusa que te zarandean de un lado al otro para que no te relajes. Sonaron, entre otras, la sensual Sin City, la pegadiza Dirty deeds done dirt cheap, ‘You shook me all night long’, perfecta definición de lo que fue la noche, y ‘Whole Lotta Rosie’, esa canción de amor a una mujer, «no exactamente guapa, no exactamente pequeña».
La parte final del concierto, que se repetirá el miércoles (con entradas todavía a la venta) llegó con la demostración pública de amor de Angus a su Gibson. Más de 15 minutos de un solo absolutamente magistral. Lo dicho, un extraterrestre.
Con TNT y la tradicional salva de cañones, que hizo retumbar literalmente el estado, de For those about to rock we salute you, la montaña rusa llegó al punto de partida. Volvía de esa manera la sensación de haber disfrutado de un viaje único, que repetirías hasta el agotamiento. Quizás, ahora sí lo decimos, el (pen)último de uno los más grandes grupos de rock de la historia. Esperemos que no.
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