<p><strong>Todo lo que defiende y simboliza Muse es un error, según las normas actuales de lo guay</strong>. El pop es un imperio y la música latina, la música urbana o el k-pop ocupan los espacios que deja, de forma que el rock, tal como lo entiende el trío británico, ha vuelto a un reducto minoritario. No es algo que pueda preocupar al grupo, que antes tampoco eran aceptados por el canon del ‘buen gusto’. Construyeron su identidad sobre esa base de orgullo y prejuicio y ahora son como el último portaviones de una armada derruida:<strong> sus canciones suenan ahora más heroicas que nunca, </strong>como han mostrado en su actuación en el Mad Cool de Madrid. El festival ha celebrado este jueves la primera de sus cuatro jornadas, en la que también han destacado<strong> Iggy Pop y Leon Bridges</strong> y en la que un problema eléctrico no ha logrado estropear la actuación de<a href=»https://www.elmundo.es/cultura/musica/2025/07/10/68702065fdddff09258b457e.html»><strong> Gracie Abrams.</strong></a></p>
Triunfan por aplastamiento en la primera jornada del festival Mad Cool. Gracie Abrams se confirma como nueva estrella del pop con un accidentado concierto del que sale triunfal
Todo lo que defiende y simboliza Muse es un error, según las normas actuales de lo guay. El pop es un imperio y la música latina, la música urbana o el k-pop ocupan los espacios que deja, de forma que el rock, tal como lo entiende el trío británico, ha vuelto a un reducto minoritario. No es algo que pueda preocupar al grupo, que antes tampoco eran aceptados por el canon del ‘buen gusto’. Construyeron su identidad sobre esa base de orgullo y prejuicio y ahora son como el último portaviones de una armada derruida: sus canciones suenan ahora más heroicas que nunca, como han mostrado en su actuación en el Mad Cool de Madrid. El festival ha celebrado este jueves la primera de sus cuatro jornadas, en la que también han destacado Iggy Pop y Leon Bridges y en la que un problema eléctrico no ha logrado estropear la actuación de Gracie Abrams.
Muse no quieren ser un dinosaurio del rock que avanza por la corteza terrestre contando batallitas de sus viejos años de gloria. El grupo británico de rock progresivo y rock duro ha comenzado su actuación con una nueva canción recién publicada, ‘Unravelling’, que sirve de anuncio de su próximo disco, pero que también ha sido una declaración de intenciones. El trío ha tocado canciones de todos sus álbumes, excepto del primero, el único que publicaron el siglo pasado, y ha dado tanta importancia a sus canciones más populares como a nuevos himnos de puño en alto.
Un dicho anglosajón afirma que el diablo está en los detalles, en el sentido de que la clave de cualquier situación compleja está en la letra pequeña. Ese refrán no está dentro del vocabulario de Muse, que han hecho de todo durante todo este tiempo, menos sucumbir al minimalismo. Su gusto por la pompa y la grandilocuencia les ha conducido a ofrecer espectáculos tan fastuosos que coqueteaban con lo disparatado. Esta noche el espectáculo ha estado centrado en la potencia de su sonido, una celebración del rock virtuoso que tiene como eje del huracán a Matt Bellamy, el fogoso guitarrista y cantante que parece el Joshua Oppenheimer de Nolan, un prometeo moderno castigado por darle el fuego a los hombres. Castigado, pero no arrepentido, porque este hombre sigue empecinado (cipotudo, diría Bustos) en alcanzar una intensidad como si el ruido de la Tierra terminara estallando en una canción donde se juntan un millón de cosas que se unifican por un breve momento resplandeciente. Guau.
Por si fuera poco, sus letras contienen el dolor, la incertidumbre, la confusión y la valentía de estos tiempos convulsos y, con frases calculadamente ambiguas, incitan a rebelarse frente al sistema. Y en eso sí que les ha beneficiado el correr de los tiempos. Aunque parezca extraño, no hay nada menos 2025 como ver a Muse haciendo cabriolas y gorgoritos y no hay nada más 2025 como sus epopeyas distópicas.
Muse son gigantes desde hace décadas, pero hay algo especial en presenciar cómo un artista prometedor se eleva al estatus de estrella de masas. Asistir al arrebato del público por primera vez, ver la emoción de la gente, el grado especial de identificación con las canciones, cantadas por miles de voces hasta que llegan a ahogar a la propia cantante. Eso ha pasado esta tarde con la actuación de Gracie Abrams, donde ha convocado frente a su escenario a unas 20.000 personas, solo cinco meses después de que reuniera a otros 20.000 asistentes en sus dos actuaciones en el Palacio Vistalegre de la capital.
En realidad, Gracie Abrams quiere ser una estrella, pero no quiere que parezca que quiere ser una estrella. Se comporta como una chica normal y canta como una chica normal y cuenta historias normales de amor juvenil, aunque es cualquier cosa menos una chica normal. Desde que nació hace 25 años. Paradigma de la ‘nepobaby’, es hija del director de cine y televisión J.J. Abrams, novia del actor Paul Mescal, embajadora de Chanel y tiene la ‘madrina’ que cualquier aspirante a estrella desearía: Taylor Swift.
La pasta de la que están hechas las estrellas se ha visto cuando a la media hora de actuación se ha ido la luz en el escenario. Viendo que el receso se alargaba y que la electricidad no volvía, la joven ha hecho de la necesidad virtud y ha empezado a cantar ‘a pelo’ canciones para las primeras filas, en un momento fabuloso de carisma capturado por miles de móviles por encima de las cabezas. ¿Ha sido esa, paradójicamente, la mejor parte de la actuación? Sus miles de fans seguro que estarían de acuerdo. Cuando se ha recuperado la electricidad ya solo daba tiempo a una última canción, una apoteósica ‘Close to You’, una pieza de pop electrónico que tanto recuerda a Lorde y que evoca el concepto de llorar en la pista de baile.
Con 40 millones de oyentes mensuales en Spotify, Gracie Abrams conjuga las cualidades de la canción de autor con las del pop, más el aspecto cuidadosamente descuidado del indie mercantilizado, agitado todo en el algoritmo de TikTok. Todo muy Taylor Swift, sí. Su voz temblorosa al borde del susurro, siempre con aspecto de estar desvelando un secreto detrás de otro, convierte sus canciones en confesiones. Son como alguien que te cuenta cosas importantes e íntimas que despiertan la empatía. Esa apariencia de sinceridad y de espontaneidad es la forma más rápida de llegar hoy al éxito para un cantante joven de pop, y Gracie Abrams probablemente lo sabe, aunque no quiera que parezca que lo sabe.
También ha sido una tarde de experiencias inexplicables gracias al gruñido salvaje que ha soltado Iggy Pop durante una hora vertiginosa. Con un grupo como un martillo neumático, la leyenda del punk de 78 años ha reivindicado su legado y su leyenda con un concierto que podría haber sido ridículo, por grotesco (el espectáculo de ver descamisado dando gritos a un anciano paticorto), y que ha sido simplemente fabuloso. El repertorio se ha formado por canciones de los años 70, el libro blanco del punk que escribió con los Stooges cuando el punk aún no era un concepto.
El repertorio se ha formado por canciones de los años 70, el libro blanco del punk que escribió con los Stooges cuando el punk aún no era un concepto. «Parecéis putos muertos», le ha escupido al público después de cantar un ‘Lust for Life’ estupendo. Poco después, una persona de seguridad le ha ayudado a bajar al foso para cantar en la cara de la gente ‘I Wanna Be Your Dog’. Hablamos del pionero en saltar sobre las cabezas de la gente, una de las muchas anécdotas imposibles de creer de esta auténtica leyenda. Durante una larga etapa de su carrera, cualquier cosa podía suceder en los conciertos de Iggy Pop: consumir drogas sobre el escenario, vomitar, poner su pene sobre un amplificador o autolesionarse con una enorme variedad de objetos como látigos, cuchillos, vasos y botellas rotas, lo que le ayudó a acabar muchos conciertos con el torso desnudo cubierto de sangre e incluso poder sacudirse para manchar de rojo las camisetas del público situado en primera fila. Hoy ha ofrecido un conciertazo, y eso era también difícil de creer.
El festival Mad Cool vuelve a desarrollarse, por cuarto año consecutivo, en el recinto Iberdrola Music, en el distrito de Villaverde, a solo unos cientos de metros de Getafe. El aforo máximo es muy similar al del año pasado, 60.000 personas diarias, en un espacio con casi 200.000 m² en el que se distribuyen los seis escenarios y los numerosos estands de patrocinadores.
Antes de que actuara Gracie Abrams, ha estado licuándose bajo un sol de 37 grados Leon Bridges, cuyas amables canciones de soul-rock sureño, country-folk y rhythm & blues han sacado tantas sonrisas como bailes desenfadados. Si los festivales sirven para descubrir grupos y artistas, para muchos la revelación de este jueves ha sido este estupendo cantante de Texas.
Vestido con ropa ‘vintage’, Bridges no ha venido a la música a innovar, pero tiene perfectamente interiorizado el sonido americano de finales de los años 60 y su cometido principal: menearse (en vertical o en horizontal). Recrea ese estilo retro con buen gusto, composiciones resultonas y un grupo muy competente, con órgano Hammond, guitarras sincopadas acústicas y eléctricas, percusión -además de batería- y oportunas armonías vocales. Ha estado bien en las canciones animadas, pero su fuerte son las baladas y los medios tiempos, nostálgicos y evocadores.
También han proporcionado sensaciones placenteras Royel Otis, pero en ese estilo despeinado de pop-rock de guitarras que ahora se supone tan pasado de moda y que identificamos como indie pop. Indie pop hasta las trancas, en su caso: urgente, chispeante, fresco… Lo típico, pero hecho con gracia en antihimnos resultones que tienen su lugar natural en festivales como Mad Cool.
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