El sistema ferroviario chino no para de crecer. Y no solo en kilómetros de cobertura terrestre. Un viaje en el Jīnghùxiàn, el tren bala entre Pekín y Shanghái, supera una velocidad de 350 kilómetros por hora. Conecta los dos grandes focos de atención de los visitantes, tanto para los locales como para los extranjeros; grandes urbes que desvelan las dos caras de un mismo país.
En la vida cotidiana del país asiático este sistema de encriptación es imprescindible, ya sea para el transporte público o para pagar en tiendas. Hay dos ‘apps’ que conviene descargar: WeChat y Alipay
El sistema ferroviario chino no para de crecer. Y no solo en kilómetros de cobertura terrestre. Un viaje en el Jīnghùxiàn, el tren bala entre Pekín y Shanghái, supera una velocidad de 350 kilómetros por hora. Conecta los dos grandes focos de atención de los visitantes, tanto para los locales como para los extranjeros; grandes urbes que desvelan las dos caras de un mismo país.
Tras cada parada del Jīnghùxiàn, los trabajadores del tren recorren los pasillos con decenas de bolsas de comida. Y no proceden de la cafetería del convoy. Son entregas de las empresas de delivery que los pasajeros piden a través de aplicaciones móviles mientras viajan. Los riders o los trabajadores de los restaurantes aledaños a la estación en la que el tren hace próxima parada, dejan los pedidos en la vía correspondiente. La dirección de entrega que se marca en la aplicación móvil no es una casa, sino el número de tren, el vagón, la fila y el asiento en el que se ubica el cliente que ha pedido la comida. Este es uno de los muchos ejemplos de la modernidad de China y del enorme avance tecnológico que han alcanzado algunas de sus regiones, a la altura de las grandes urbes asiáticas de Japón o Seúl.
“La gran barrera de un visitante occidental cuando visita ahora China no es la lingüística o la cultura, sino la tecnológica”, advierte Javier Fernández, director de Horizon Travel España, agencia de viajes que, además de solventar algunos de estos escollos tecnológicos con sus rutas personalizadas, cuenta con guías en español, inglés y francés. Las apps occidentales más comunes (WhatsApp, Instagram, YouTube, etcétera) no funcionan en el país sin una VPN, algo de lo que no son muy conscientes muchos viajeros.

La vida cotidiana en China transcurre en forma de código QR, para tomar el transporte público y para pagar en casi todas las tiendas. No ha ocurrido en Occidente, pero en el país oriental el ascenso del uso del smartphone ha ido a la par con el de este sistema de encriptación. Lanzamos una pregunta a la Oficina Nacional de Turismo de China. ¿Qué es lo primero que hay que meter en la maleta para viajar por el país, más allá del pasaporte? Su respuesta es clara. Lleva el nombre de dos apps para el teléfono móvil que no conviene olvidar: Alipay y WeChat.
El QR sirve a la población local para pagar productos, verificar su identidad, iniciar sesión en sus redes sociales y obtener información sobre infinidad de cosas. Algunos de estos usos también son necesarios para el viajero extranjero que está explorando la nación. Por ejemplo, el del impresionante Maglev, el único tren de levitación magnética que realiza recorridos comerciales y alcanza una velocidad máxima de 431 kilómetros por hora. Completa en poco más de siete minutos el trayecto de 30 kilómetros que separa el aeropuerto de Pudong (en Shanghái) de la estación de metro Longyang Road, situada en plena ciudad.

Para pagar
Según un informe publicado por la Asociación de Pagos y Compensación de China, el escaneo de códigos QR es el método de pago más utilizado por el 95,7% de los usuarios chinos de pagos móviles, y el 52,6% suele comprar sus billetes de autobús y metro con códigos QR. El uso de tarjetas y dinero en efectivo ha disminuido tanto que al visitante extranjero le conviene manejar sus propios QR.
Estas aplicaciones móviles también son muy útiles para adquirir los billetes de acceso a grandes atracciones turísticas como el Templo del Cielo, el majestuoso conjunto de santuarios del siglo XV en los que descubrir el papel que desempeñó el emperador chino para garantizar la armonía de su imperio. O la imprescindible Muralla China en Pekín.
En el mercado pekinés de Hongqiao, muy cercano al Templo del Cielo, regatear es obligatorio. Ya sea para comprar una siempre recurrida batería externa o abanicos tradicionales. “Intenta no pagar más de la mitad de la oferta inicial que te hace el vendedor”, recomienda Simone Zhao, fundadora de Horizon Travel. Los comerciantes pueden ayudar con el pago con QR de dos formas: o bien mostrando el código del comercio que se puede escanear desde tu app con la pantalla del móvil o bien escaneando ellos mismos el código que genera la app del viajero.

Para hablar
WeChat es el equivalente oriental a WhatsApp. Cada vez ha incorporado más funciones, más allá de la mensajería instantánea con tecnología QR. Alipay es igualmente amigable para el extranjero. Es un todo en uno que, a pesar de estar en chino, incorpora un imperfecto pero en general útil sistema de traducción simultánea.
En un viaje de dos semanas por China, este tipo de apps van a ser el compañero constante. Con ellas se puede contratar por muy pocos euros una e-sim, una tarjeta de teléfono secundaria y electrónica con la que contar con datos de navegación en el móvil durante el viaje sin tener que pagar fortunas en la factura habitual del teléfono, al evitar las tarifas roaming. Una tarjeta que dure 15 días y que ofrezca 2GB de datos diarios cuesta en torno a 130 yuanes (un euro al día). Con esta app, asociada a la china trip.com, se pueden obtener los billetes electrónicos de tren necesarios para embarcar en un tren bala que permita visitar por la mañana el esplendoroso Jardín de Yuyuan en Shanghái, que data del siglo XVI y es uno de los grandes símbolos de la Dinastía Ming, y estar esa misma tarde en Pekín, paseando sobre un rickshaw entre los hutongs de la ciudad, esos callejones estrechos rodeados de casas tradicionales llamadas siheyuan. Sin duda, un paseo que permite experimentar la cultura y la vida tradicional pekinesa.
Para moverse
Shanghái es una ciudad moderna, llena de rascacielos (como la icónica Torre Perla Oriental, a la que se puede subir a su mirador de 360 grados) y de bellos callejones como los de Nanjing Road, trufado de cuidadas e hiperestéticas tiendas que nada tienen que ver con la idea de mercadillo chino, Y, en cambio, Pekín es una urbe histórica y de fisionomía mucho más oriental, como lo son Moscú o Varsovia. La capital china cuenta con plazas de proporciones mastodónticas y enormes avenidas de varios carriles que el peatón debe sortear a través de largos pasos subterráneos. Solamente acercarse del mausoleo del idolatrado Mao a la entrada de la impresionante Ciudad Prohibida (por la que pasear ante las habitaciones que en su día ocuparon emperadores, emperatrices, eunucos y concubinas), situados a ambos lados de la plaza de Tiananmen, puede llevar más de 15 minutos andando.

Las caminatas son tales en Pekín y las distancias en la ciudad tan amplias que lo ideal para acercarse desde el hotel a alguno de todos estos puntos de interés es tomar un DiDi, el equivalente chino a Cabify o Uber que, de nuevo, resulta una versión mucho más barata. Se trata de una app que está integrada dentro de Alipay. Esta app de apps permite a su vez reservar hoteles, trenes o vuelos (a través de Trip.com), convertir el valor de los yuanes a tu propia moneda, localizar un negocio de barrio que actúe como consigna para dejar las maletas cerca de la estación de tren necesaria (LuggaGo) y hasta que la inteligencia artificial traduzca en chino y en voz alta cuando deseas comunicarte con recepcionistas, policías chinos o con un trabajador en el museo de Shanghái que no suelen saber inglés ni español.
Un viaje organizado no solucionará todos los retos tecnológicos que plantea el omnipresente código QR en China, pero sí evitará muchos de ellos y permitirá descubrir mejor los infinitos detalles históricos que encierra la zona este del país.
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