<p>Tuve la suerte de ver <a href=»https://www.elmundo.es/cultura/cine/2025/10/23/68fa17e0e9cf4a04488b458d.html» target=»_blank»><i><strong>Los domingos</strong></i></a> muy poco antes de que se cerrara el montaje, y también el honor de felicitar a <a href=»https://www.elmundo.es/cultura/cine/2025/09/28/68d938a1e85ecece6a8b456d.html» target=»_blank»><strong>Alauda Ruiz de Azúa</strong></a> por alcanzar un logro que sólo da una o dos veces por generación, el de abrir un melón que nos implica a todos y que ahora cuesta imaginar que llevase cerrado tanto tiempo.</p>
Siendo la norteamericana un teaser trailer de nuestra cultura, es oportuno que una película española ponga el foco en el catolicismo no creyente
Tuve la suerte de ver Los domingos muy poco antes de que se cerrara el montaje, y también el honor de felicitar a Alauda Ruiz de Azúa por alcanzar un logro que sólo da una o dos veces por generación, el de abrir un melón que nos implica a todos y que ahora cuesta imaginar que llevase cerrado tanto tiempo.
Una de las banderas de la administración Trump es el considerado falso cristianismo, una apropiación de las retóricas del evangelismo telepredicador con el objetivo principal de convertir la Biblia en arma arrojadiza (o sea, sin que haga falta abrirla). Siendo la norteamericana una cultura dominante, un teaser trailer de la nuestra, es oportuno que una película española ponga el foco en el catolicismo no creyente, ese simulacro de espiritualidad perpetuado por inercias sociales perezosas que sólo practica los sacramentos que incluyen reserva en un restaurante, y que en vez de dogmas de fe atesora señas de identidad visibles, como una tribu urbana más.
La protagonista de Los domingos no es Ainara, una adolescente que parece haber vislumbrado su vocación religiosa antes de que empiece la película, sino dos adultos que, aunque van a misa, ni son creyentes ni tienen herramientas para gestionar la noticia. El padre tarda poco en dejarse seducir por el beneficio económico que supone tener una hija en un convento. Su hermana adopta el papel de heroína e intenta frenar la tragedia, pero sus argumentos parecen llegar de lejos, de los lugares comunes del debate entre ateos y creyentes.
Una película más optimista con este personaje le haría reparar en la medalla que Ainara no deja de manosear, el único recuerdo de una madre fallecida que ha sido extirpada de la conversación familiar, una ausencia doble. Le permitiría deducir el monstruoso caudal de dolor que esconden los silencios de su sobrina y calcular el papel que juega en este misterio. Pero esta película es la historia de un fracaso.
No, no es una celebración de la fe, y tampoco una denuncia de las prácticas de la Iglesia. Me temo que esas lecturas simplificadoras responden a la necesidad, cada vez más inconsciente, de tener un titular preparado a la salida del cine. También se le ha llegado a reprochar a Alauda que no se posicione radicalmente, tanto dentro como fuera de la película. Porque si evitase las elipsis y confesase en las entrevistas de qué pie cojea nos llevaría menos tiempo y trabajo tener una postura propia. Como si nuestra experiencia como espectadores operase bajo los mismos mecanismos y demandas de una red social.
Es el síntoma de un problema que lleva extendiéndose desde hace 20 años, con la llegada de Facebook, y que genera unas inercias tan perezosas como las que cuestiona Alauda. Y doy gracias a Dios de que se me acabe el espacio, porque nada me daría más vergüenza que pretender competir con ella abriendo otro melón.
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