Hila Blum: «Después de los ataques de Hamás no pude escribir durante mucho tiempo. Estaba en shock»

<p class=»ue-c-article__paragraph»>Hila Blum (Jerusalén, 1969) tardó mucho en escribir sus dos novelas y muy poco en lograr un reconocimiento apabullante. Sobre todo con la más reciente, <a href=»https://amzn.to/4jHvxn8″ target=»_blank» rel=»nofollow»><i><strong>Cómo amar a una hija </strong></i></a>(Salamandra), galardonada con el <strong>Premio Sapir</strong>, el más prestigioso de Israel, y traducida a una veintena de idiomas. ¿Y si las decisiones que se toman durante la crianza de los hijos, desde el amor incondicional, resultan ser contraproducentes? Este es el origen del drama psicológico que Blum teje con aliento de suspense.</p>

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 A finales del año pasado, la escritora israelí canceló la presentación de su última novela en España por los atentados que dieron origen al último conflicto en Gaza. Diecinueve meses después trae finalmente su último best seller, ‘Como amar a una hija’: «El 7-O es una catástrofe que sigue y que eclipsa todo lo que hacemos», dice  

Hila Blum (Jerusalén, 1969) tardó mucho en escribir sus dos novelas y muy poco en lograr un reconocimiento apabullante. Sobre todo con la más reciente, Cómo amar a una hija (Salamandra), galardonada con el Premio Sapir, el más prestigioso de Israel, y traducida a una veintena de idiomas. ¿Y si las decisiones que se toman durante la crianza de los hijos, desde el amor incondicional, resultan ser contraproducentes? Este es el origen del drama psicológico que Blum teje con aliento de suspense.

La autora, periodista y editora literaria, iba a presentar el libro en España en noviembre de 2023, pero el brutal ataque de Hamás del 7 de octubre, que causó 1.200 muertos, la dejó devastada.

Canceló su viaje a España para presentar el libro por el ataque de Hamás. ¿Cómo le afectó la tragedia?
Sí, tenía previsto venir a España poco después y no pude. Estaba en un estado de shock total. Sufrí un enorme impacto, emocional y cognitivo. Perdí las palabras. No lograba articular bien mis pensamientos, como cuando tienes un proceso febril. Durante mucho tiempo no fui capaz de escribir.
Un año y medio después, ¿cuál es el pulso vital en Israel?
El impacto emocional y espiritual en la sociedad israelí es inabarcable. Es importante entender que la catástrofe del 7 de octubre todavía sigue. Es una horrenda cadena de acontecimientos que empezó ese día, pero que continúa hasta ahora. Cualquier cosa normal que uno hace es un recordatorio de la situación anormal que vivimos. Es el día a día, con 59 rehenes aún en Gaza, con la guerra y todas sus implicaciones para israelíes y palestinos, con las amenazas de grupos y países de Oriente Medio, con ataques terroristas en nuestras calles, con el Gobierno que estaba al mando el 7 de octubre, y que nos trajo hasta aquí, todavía en el poder… Vivimos una época realmente devastadora, así que esta situación eclipsa todo lo que hacemos. Todo.
¿Se ha reflejado la tragedia en la literatura o todavía es pronto?
Se han publicado muchos libros relacionados con el 7 de octubre, pero la mayoría se centra en testimonios, interpretaciones, análisis… De vez en cuando sale algo de ficción y poesía, pero mucho menos.
¿Cree que el 7-0 va a dejar una huella en el ámbito creativo?
Es imposible que no la deje. Toda nuestra vida ahora está condicionada por la tragedia y por la situación política, así que por supuesto que va dejar una marca profunda. Y estoy absolutamente segura de que habrá muchas reacciones en el arte, en la ficción. Veremos entonces cómo se manifiesta esa huella.
¿Ha retomado la escritura?
Al cabo de un tiempo empecé, más que a escribir, a garabatear aquí y allá… pensamientos, escenas. Y un día revisé algo en lo que había estado trabajando, me zambullí en ello, y de repente sentí que era muy reconfortante para mí, porque volvía a tener la sensación de control: entraba en un mundo en el que yo tomaba las decisiones, mi mundo imaginario. Y eso fue un gran consuelo. Pero ha sido un proceso muy largo y siento que todavía continúa. De vez en cuando escribo sobre lo ocurrido este último año y medio, pero creo que necesito algo más de distancia y por ahora es solo para mí.
Su última novela, ‘Cómo amar a una hija’, la empezó a escribir con una hija pequeña. ¿Hasta qué punto Yoela, la protagonista, refleja sus propias inseguridades respecto a la maternidad?
Yoela es muy diferente a mí, el libro es una ficción, pero empecé a escribirlo porque en aquel momento estaba muy impactada por la cantidad de decisiones que implica la crianza. Mi hija tenía siete años. Y había que estar decidiendo constantemente: qué darle de comer, interferir o no en sus relaciones sociales, cuánto exigirle… Y pensaba en nuestra incapacidad para anticipar el efecto acumulativo a largo plazo de toda esta toma de decisiones, en cómo padres que se consideran amorosos, buenos y justos descubren un día que aquellas decisiones que parecían acertadas resultaron ser dañinas, y ni siquiera pueden precisar en qué momento se inició el proceso que los distanció de sus hijos. Eso me preocupaba, así que busqué explorarlo a través de la ficción. En ese sentido, sí, en mi literatura vuelco mis inquietudes y temores.
Cuando terminó el libro, su hija era ya una adolescente de 17 años. ¿Influyó su evolución en el desarrollo de la novela?
No lo creo, porque una vez que tuve a los dos personajes, y llegué a conocerlos, se convirtieron en un mundo alternativo, muy separado de mi propia existencia. Poder experimentar, como escritora, dos vidas al mismo tiempo, la inventada y la real, es muy gratificante. Mi hija leyó el libro antes de que se publicara. Y lo primero que dijo fue: «Por Dios, mamá, ¿cómo se te ocurrió esta trama? ¿Qué te pasaba por la cabeza?». Me sentí muy aliviada al ver lo sorprendida que estaba (risas).
La novela es casi un ‘thriller’ psicológico. Sabemos que la relación de amor y complicidad entre la madre y la hija se ha fracturado, pero no el motivo. A lo largo del libro, Yoela se pregunta qué hizo mal, recuerda detalles de los que se arrepiente, pero al final, nos topamos con el episodio determinante del alejamiento de Leah. Y es como si Yoela hubiera estado autoengañándose para no pensar en el elefante que está en la habitación.
Lo que más me ha sorprendido ha sido la enorme variedad de reacciones que el libro provoca, tanto en el juicio que merecen los personajes como en la interpretación de los hechos que llevan a la ruptura. Yo no quise determinar cuál fue la causa, sino incluir toda la información que consideré relevante sobre esta relación, con los pequeños detalles de la vida cotidiana y también los aspectos más importantes a los que has hecho referencia. Dices que la novela es un thriller psicológico, pero es que la vida es un thriller psicológico. Elegí lo que incluiría en la historia, pero no quería intervenir más, quería dejarlo en manos de los lectores.

«Como escritora, me interesan mucho los silencios. Lo que eliges contar es crucial, pero no menos importante es lo que eliges no contar»

Yoela despierta sentimientos encontrados. Pero la parte esencial del misterio de la novela es la propia Leah. No sabemos qué piensa, lo intuimos. Su madre dice: «Leah es un enigma», pero es usted, como autora, la que quiere que lo sea.
Esto fue lo más difícil. Empecé a escribir la voz de Yoela y, cuanto más escribía, más cómoda me sentía, mejor podía retratarla en toda su complejidad. Al mismo tiempo, necesitaba tener una idea de cuál sería la versión de Leah, para dar una pista a los lectores. En literatura, existe el término narrador implícito, que insinúa cosas a escondidas del narrador principal. Yo juego con el grado de fiabilidad de Yoela y sugiero, a sus espaldas, cuál sería la opinión de la hija, de forma que la gente perciba dónde chocan las versiones de ambas y entiendan quién es Leah a través de la narración de su madre.
En un episodio que no puedo describir, para no hacer spoiler, Yoela, con el pretexto de ayudar a su hija, hace algo que puede destruirla. Y uno se pregunta si quiere defenderla o recuperarla; salvarla o salvarse a sí misma. Es decir, los límites entre la protección y la posesión, el amor y el egoísmo, son muy porosos.
Eso es exactamente lo que quería explorar: lo entretejido que está todo y lo difícil que es crear categorías estancas. La vida no es algo binario, no es blanco o negro, sí o no. Hay cosas que, por supuesto, tenemos decididas, pero en nuestras relaciones pesa un conjunto de motivaciones diferentes. De forma que ni siquiera yo, que he creado a Yoela, puedo decirte qué determina exactamente su decisión. Creo que para el propio lector es difícil decir qué haría en el mismo caso.
En última instancia, ¿Leah es una víctima de su madre?
¿Lo crees?
Me lo pregunto.
Yo también me lo pregunto (risas). No se puede definir en una sola frase.
Los silencios en el libro son significativos.
Como escritora, me interesa mucho lo que la literatura deja sin decir, los vacíos que el lector necesita llenar por sí mismo. Si hay que elegir entre decir más y decir menos, prefiero decir menos. Quiero dejar el máximo espacio posible para que el lector aporte su conocimiento del mundo, su universo emocional. Así que también me interesan muchísimo los silencios. En mis talleres siempre digo a los alumnos que cuando cuentas una historia tienes ante ti un número infinito de posibilidades. Y lo que eliges contar es crucial, pero no menos importante es lo que decides no contar. Cuando realmente comprendes eso, dominas el oficio. Para mí, este es el mecanismo clave de la literatura: qué decir y qué no decir, y cuándo decir qué.
Habla del amor por las hijas. ¿Es una novela de mujeres? ¿No tuvo temor de alejar al lector masculino?
No realmente. Soy mujer, soy hija y soy madre de una hija, así que decidí explorar este ámbito, que me involucraba y me interesaba mucho, y no me preocupó si el tema podía alejar a lectores potenciales. Es cierto que ha habido más reacciones de lectoras, también por motivos estadísticos: en Israel, hay muchas más mujeres que leen ficción. Pero también he visto a muchos hombres en los clubes de lectura, y se implican muy activamente en las discusiones. Y no puedo diferenciar las reacciones por sexo o por ningún grupo en particular: son muy contradictorias, muy opuestas, y generan a veces debates acalorados.
La protagonista evoca escenas de varias novelas, la mayoría de autoras anglosajonas: Sontag, Munro, Atwood, Enright, Strout… ¿Le interesan particularmente?
Yoela es una lectora voraz, y en cierta forma le confié mi vida lectora. Los libros que menciono me vinieron a la cabeza mientras escribía, y pensé que también podrían surgirle a ella. La mayoría de ellos tratan sobre relaciones, sobre todo relaciones madre-hija, y reflejan situaciones emocionales relevantes para ella en ese momento. Todos son importantes para mí, sin duda.
Le llevó unos 10 años escribir esta novela. ¿Por qué? Ha dicho que la escritura es un lugar de consuelo. Quizás tenga algo que ver.
Absolutamente. Esa también es una razón. Pero, ante todo, es que escribo muy despacio. No parto de una trama: acumulo escenas, voy probando con diferentes personajes, de forma que determinar el argumento es un proceso largo. Y luego borro casi el 90% de lo que escribo, y a veces, al día siguiente lo releo y borro un 5% más. Me tomo mi tiempo. Y cuando pienso: «Bueno, esto podría funcionar, quizá ya tenga un libro», no quiero soltarlo… porque sé que cuando se lo entregue a mi editor, tendré que empezar de cero. Así que, con este libro mi editor me dijo: «Creo que ambos sabemos que está terminado, y que necesito leerlo».
¿Y hace caso a su editor?
Sí, por supuesto. Tengo un gran editor, Yigal Schwartz. Siempre le escucho.
Sus dos novelas han tenido reconocimiento y cosechado un gran eco internacional. ¿Le condiciona el éxito?
No lo creo, porque lo tengo interiorizado. A veces me acuerdo y digo: «¡Qué fantástico!». Pero cuando consigues tantos lectores en tantos países, es natural sentir más responsabilidad. De modo que ahora, cuando me siento a trabajar, lo principal es no pensar en eso para seguir escribiendo con la misma libertad que antes.

Salamandra. 256 páginas. 20 euros. Puede comprarlo aquí

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