De Lucena a Luque por la vía verde del Aceite: pedalear entre olivos, castillos y miles de flores

Suenan las campanas de la iglesia y dos cuervos alzan el vuelo. Sus graznidos suenan a queja o quizá a felicidad mientras planean hacia un territorio dominado por los olivos. Solo unos instantes antes, las aves descansaban tranquilas sobre los muros de un antiguo castillo encaramado a las rocas. Cuesta entender cómo fue construido ahí, allá por el siglo IX, porque aún hoy parece un proyecto imposible. A sus pies, la plaza de la Paz es el corazón del bellísimo pueblo blanco de Zuheros, una de las paradas más atractivas del parque natural de las Sierras Subbéticas, en la provincia de Córdoba. La Subbética es una comarca atravesada por un carril de asfalto y gravilla que invita a pedalear con los ojos bien atentos a mil maravillas. Conocida como la vía verde del Aceite, completa un recorrido de 127 kilómetros entre Puente Genil y Jaén. Los 35 kilómetros que transcurren entre los municipios de Lucena y Luque conforman un tramo rico en paisaje, gastronomía y patrimonio. Un asequible recorrido a dos ruedas para conocer cinco pueblos. Y que en esta primavera parece una gigante floristería con miles de coloridas plantas que acompañan en el viaje.

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 La explosión primaveral viste de color esta ruta ciclista asequible para toda la familia por la Subbética cordobesa, que en uno de sus tramos más atractivos ofrece paradas en municipios como Cabra o Zuhero  

Suenan las campanas de la iglesia y dos cuervos alzan el vuelo. Sus graznidos suenan a queja o quizá a felicidad mientras planean hacia un territorio dominado por los olivos. Solo unos instantes antes, las aves descansaban tranquilas sobre los muros de un antiguo castillo encaramado a las rocas. Cuesta entender cómo fue construido ahí, allá por el siglo IX, porque aún hoy parece un proyecto imposible. A sus pies, la plaza de la Paz es el corazón del bellísimo pueblo blanco de Zuheros, una de las paradas más atractivas del parque natural de las Sierras Subbéticas, en la provincia de Córdoba. La Subbética es una comarca atravesada por un carril de asfalto y gravilla que invita a pedalear con los ojos bien atentos a mil maravillas. Conocida como la vía verde del Aceite, completa un recorrido de 127 kilómetros entre Puente Genil y Jaén. Los 35 kilómetros que transcurren entre los municipios de Lucena y Luque conforman un tramo rico en paisaje, gastronomía y patrimonio. Un asequible recorrido a dos ruedas para conocer cinco pueblos. Y que en esta primavera parece una gigante floristería con miles de coloridas plantas que acompañan en el viaje.

La mañana arranca bien con una pregunta en territorio lucentino: “¿Quieres un pan redondo?”, pregunta la camarera del restaurante La Estación. Sin saber bien a qué se refiere, lo mejor es responder que sí, porque poco después sirve un enorme bocadillo de jamón serrano y aceite. Junto a un café, ofrece energías de sobra para arrancar. Se puede hacer un poco de turisteo previo por el castillo del Moral (del siglo XIV) y sus alrededores, pero con tanto campo por delante el cuerpo pide pedal. No hay más que asegurarse de que el bidón de agua está lleno, ajustarse el casco y adentrarse en una ruta que empieza con una leve pendiente. La clave es el adjetivo, leve, porque es una de las ventajas de las vías verdes. Como aprovechan el camino abierto por las antiguas traviesas del tren, carecen de grandes desniveles: puede picar hacia arriba, pero siempre con suavidad, haciendo la senda apta para toda la familia. Y si no, para algo se inventaron las bicis eléctricas.

Uno de los puentes de la vía verde del Aceite a la altura de la localidad de Zuheros.

No hay forma de perderse. El camino está bien señalizado y la ruta es obvia. Transcurre por un buen puñado de viaductos —muchos son llamativos puentes de hierro— que salvan las heridas del terreno. Unas tienen forma de cañones esculpidos por ríos y arroyos. Otras han sido construidas por el hombre: las carreteras. Los coches circulan por ellas mientras dejan en paz —por fin— al ciclista. Dan ganas de detenerse en cada puente porque todos piden sacar el móvil para llenar la galería de fotos. Lo mejor es seguir porque pronto llega la primera parada, Cabra (20.024 habitantes). Junto al restaurante El Tren —que también es albergue— hay una vieja y portentosa locomotora que recuerda el pasado ferroviario del lugar. Más arriba, una visita a las casitas blancas del barrio de El Cerro o un paseo por la Fuente del Río son un buen complemento. Dan ganas de ponerse las botas para caminar, pero habrá que dejar para otro momento el sendero que transcurre por el poljé de la nava, popularmente conocido como los llanos de la Virgen. Se trata de una enorme llanura creada por la erosión de las rocas calizas que dominan el territorio, las mismas que hace 5.000 años fueron utilizadas para construir el dolmen de la Lastra.

Una vieja y portentosa locomotora junto al restaurante El Tren, en Cabra, recuerda el pasado ferroviario del lugar.

Toca echar un trago y comprobar que no hay atisbo de pinchazo, toca subirse a la bici y continuar hacia el norte. La densidad de la vegetación se hace extraña. Es la contundente respuesta primaveral a las lluvias del mes de marzo, que han convertido los arcenes en una frondosa despensa natural. Hay cardos y tagarninas, hinojo y espárragos, que los habitantes de estos pueblos recogen con destreza. Es una alacena, además, decorada con un colorido catálogo floral: del rojo de las amapolas al violeta de lirios y matagallos, del blanco del escaramujo al llamativo tono metalizado de la orquídea abejera del espejo. Los jaramagos son aquí ubicuos, convertidos en una alfombra que viste la vista de amarillo. Entre ellos se esconden culebras que serpentean con rapidez y lagartos ocelados que observan desafiantes. Las liebres, junto a sus gazapillos, corren a toda velocidad hacia las madrigueras.

Un ciclista en uno de los puentes que forman parte de la vía verde del Aceite, en la comarca de la Subbética cordobesa.

Refugio ciclista

Los fines de semana hay más ajetreo en esta ruta, pero en días laborales el trayecto es un caramelo para los amantes de la tranquilidad. Más allá del concierto que ofrecen los pájaros que parecen animar la etapa desde árboles y arbustos —hay jilgueros, reyezuelos, escribanos, herrerillos, alcaudones—, el resto es puro silencio. La calma da para disfrutar de cada pedaleo, del leve sonido del cambio de piñón, la respiración entrecortada del esfuerzo. El cansancio no es problema. Hay numerosos bancos de madera dispuestos junto a la vereda, siempre a la sombra de grandes árboles y, a veces, junto a fuentes donde recargar provisiones. Sin prisas, las paradas son regalos donde tomar contacto con otros ciclistas. No hay que temer una buena conversación. “Dando pedales conocí a alguno de esos amigos que se quedan en la vida”, recuerda el periodista Carlos Arribas en el libro Plomo en los bolsillos, de Ander Izaguirre.

Los fines de semana hay más ajetreo en esta ruta, pero en días laborales el trayecto es un caramelo para los amantes de la tranquilidad.

Tras el túnel del plantío espera el municipio de Doña Mencía (4.478 habitantes) y, allí, el Centro Cicloturista de la Subbética. Cuenta con taller donde solventar cualquier problema técnico y recibir información acerca del entorno, además de una buena estantería donde adquirir productos locales. También hay un parque de 130 bicicletas para alquilar y unos curiosos ciclopedales de hasta cuatro plazas para usar en familia. “Estos servicios complementarios ayudan mucho al atractivo de la vía verde”, cuenta Antonio Camacho, director técnico del centro. Alrededor se pueden descansar las piernas y llenar el estómago en zonas de pícnic o en el restaurante La Cantina. Hay también área para caravanas. La vía a partir de entonces se convierte en un agradecido descenso. Luego vuelve a pedir piernas mientras el paisaje evoluciona a medida que avanzan los kilómetros y caen las gotas de sudor. Se intercalan olivares, encinares y pastos para el ganado, hasta que, de repente, sorprenden grandes macizos de roca caliza.

Son los que protegen a Zuheros (608 habitantes), incluido en 2015 en la lista de la Asociación los Pueblos Más Bonitos de España. Junto al antiguo apeadero ferroviario nace un estrecho camino que cruza la carretera y asciende hasta el pueblo. Es muy empinado y requiere energía extra, así que la opción de dejar la bicicleta en la zona de descanso de la vía verde se agradece. A cambio, una sorpresa: un parque periurbano que transcurre entre la vegetación por un trayecto adoquinado que culmina en un puente colgante. Todo a pie del castillo, cuyo perfil domina el entorno. La parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, el Torreón árabe y el Mirador de la Villa invitan a perderse por el desordenado urbanismo. El Museo de Costumbres y Artes Populares rememora una vida ligada al campo más reciente de lo que parece. Y el Arqueológico se remonta al paleolítico con restos, en su mayoría, hallados en la Cueva de los Murciélagos. En este monumento natural, además de los mamíferos que le dan nombre, se encontró el esqueleto del considerado primer agricultor del sur de la península ibérica, conservado durante más de 7.000 años.

El castillo de Zuheros.

El Covirán sirve para abastecerse a precio de pueblo antes de afrontar una cómoda bajada que, en apenas unos minutos, culmina en el Centro de interpretación del Aceite de Oliva, en la Estación de Luque (2.809 habitantes). El restaurante Nicol’s ofrece allí probar el salmorejo, las berenjenas con miel o un completo flamenquín en antiguos vagones de tren. No hay que pasarse con el menú porque todavía hay que pedalear otros 35 kilómetros de vuelta hasta el punto de partida en Lucena. Aunque, por qué no, también existe la posibilidad de descansar en alguna de las casas rurales de la zona o el apartotel Los Castillarejos, o volver a Zuheros hasta el coqueto hotel Zuhayra, que tiene hasta una piscina para darse un chapuzón. Ya habrá tiempo de volver mañana. De momento, el plan es pasear hasta la plaza de la Paz, sentarse a los pies del castillo y saborear una tabla de quesos en el asador Guisoteo. Un tiempo también para reflexionar hacia dónde dirigir el próximo pedaleo mientras suenan las campanas y te convences de que el graznido de los cuervos sí era de felicidad.

La Estación de Luque, una de las paradas de la vía verde del Aceite.

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